España pierde con Eslovenia y se va la medalla. Las de oro y plata, al menos. La realidad es la roca que se va desgastando con su lento deshielo, con su risa de plomo. Escribo hoy sobre esto porque me interesa más, porque es una emoción a pie de pista y ha llegado el momento de cantar las derrotas. Antes o después -seguramente antes-, tendremos que empezar a despedirnos de la generación de Pau Gasol. No está sola y hay relevo, como antes también tuvimos a otros que les fueron cediendo un testigo invisible, una especie de salvoconducto para habitar su espacio único. Cuentan veteranos como Lucio Angulo, uno de los mayores cuando Pau Gasol y Juan Carlos Navarro aterrizaron en la selección -unos pipiolos-, que antes, cuando llegaba un novato, lo hacía con dudas sobre su continuidad: ¿seguiría siendo convocado el verano siguiente, o no? Y además, pagando su peaje: los novatos, para recoger todos los balones tras los entrenamientos, a meterlos dentro de sus jaulas. A traernos las bebidas y las hamburguesas. Pero cuando estos chavales llegaron a la selección absoluta, después de haber ganado el oro junior en Lisboa, lo hicieron con un enfoque bien distinto: ni pagaron peajes, ni dudaron que el verano siguiente, y los demás veranos, serían convocados. Habían llegado a quedarse, para ocupar su sitio en una nueva épica, porque eran portadores de una historia propia, que ya habían empezado a redactar, con su estructura de relato de héroes y caídas, con espuelas de oro. Lo hicieron con naturalidad, la misma con la que Juan Carlos Navarro se internaba en la zona delante de cualquiera, aunque le sacara dos cabezas, para soltar su bomba a ras de cielo, que luego levitaba desde el aire para tocar la red con suavidad.

Desde entonces, hemos asistido a una sucesión de nombres propios, de episodios aislados de idas y regresos, como el base Raúl López, llamado a ser el nuevo Corbalán, que jugó en Utah Jazz con un John Stockton final y se vio alejado de su propio relato por una sucesión funesta de lesiones. O como el jovencísimo, al principio, Sergio El Chacho Rodríguez, que tras no triunfar en Portland -como Fernando Martín hace treinta años, como después el genial Rudy Fernández-, tuvo que regresar al Real Madrid para reivindicarse y volver a brillar en la NBA. O como Carlos Cabezas, miembro originario de los Juniors de Oro, o José Manuel Calderón, que ha sido nuestro cerebro más longevo entre las zonas, con un tiro de tres claro y descomunal. Nombres, vidas, rostros: Berni Rodríguez, Germán Gabriel, Serge Ibaka, Fernando San Emeterio, el polivalente y tremendo Jorge Garbajosa. Antes, Carlos Jiménez o el citado Lucio Angulo. Después, Ricky Rubio, Álex Abrines, los hermanos Willy y Juancho Hernangómez. Todos NBA.

El núcleo ha sido Pau y Marc Gasol, Juan Carlos Navarro, el cordobés rocoso Felipe Reyes y Calderón. Ellos han formado una osamenta que ha brillado plena en el parqué, verano tras verano, torneo a torneo. Al perder contra Eslovenia, se han acercado más al horizonte de un camino cerrado, ese recorrido que dentro de unos años podrán recomponer con perspectiva. Pau Gasol, todo un referente indiscutible en la NBA, nos ha dado tantas alegrías con sus compañeros de selección, con esa gran familia a la que se refieren siempre cuando hablan del combinado español, que cuando vemos los vídeos sobre sus recorridos, dentro y fuera de la NBA, comprendemos mejor el baloncesto como gran deporte de equipo, en el que las mejores individualidades pueden confluir, y confundirse, en un caudal colectivo. Ahora, tras haber protagonizado varias gestas, tras habernos acompañado los últimos 18 años y habernos hecho soñar delante de una pantalla de televisión, ha llegado el momento de asistir a otra etapa: el declive o la confrontación con el largo crepúsculo, sus sombras extendidas a través de una edad.

Honor y gloria para Pau Gasol y su generación el tiempo que les quede en su lado de la pantalla, del calor y la fiebre, aire y luz. Han cortado ya todas las redes, han escrito su serie de emoción y belleza, de crecimiento y de superación. La mejor generación no ya del baloncesto, sino del deporte español, que dejará herederos con talento y coraje -hasta otra dinastía de hermanos más que prometedores: los Hernangómez- ha escenificado una pasión, una prolongación de la añorada juventud más allá de lesiones y cansancios para seguirnos regalando instantes espectaculares, únicos y muy dichosos, en los que la vida se ha parecido a lo que esperábamos de ella.

* Escritor