El partido socialista, que tiene la clave para poder sacarnos del atasco, debería no seguir mareando la perdiz de lo imposible y, sin demora, decirle a la opinión pública que, sopesando las actuales circunstancias, estaría dispuesto a facilitar el gobierno de la lista más votada con la condición de que no aspire a presidir el ejecutivo quien debió de haber dimitido, hace dos años, tras mentir en el Parlamento. Dicha condición -muy razonable, ya que se trata del presidente de Gobierno peor valorado de la democracia en un sistema electoral de listas cerradas provinciales- caso de ser rechazada por el PP, dejaría en su terreno, sin ninguna escapatoria, toda la culpa de la repetición electoral. Ahora bien, como la política es el arte de lo posible y tal reincidencia podría llevar a una mayoría absoluta de PP y C’s, para prevenir esa desdicha, si se empecinan en no sustituir a Rajoy, el PSOE, en el último momento y por estricta necesidad política, debe prestar 7 diputados para que se abstengan en la votación de investidura. Al instante, podría haber gobierno y el PSOE, como siempre quiso a la vista de los resultados obtenidos, se convertiría en la principal fuerza de la oposición, para ejercerla frente al raquítico gobierno monocolor que se constituyera. Oposición que podría ser, pese a los nuevos recortes que va a exigir Bruselas, fructífera si Sánchez da la talla, pues no podemos olvidar que, ahora mismo, el partido conservador tiene en el Congreso menos apoyos que la suma de sus oponentes. Una aritmética que, después de bajar los humos a quienes se creen los únicos capacitados para gobernar, permitiría llevar a cabo una oposición constructiva. Casi un «gobierno en la sombra», con capacidad para consensuar -siempre que las cosas se sepan hacer con sensatez y grandeza- el viraje regenerador que el país necesita con urgencia.

*Escritor