De niño quise ser James Bond y todavía me gusta esta serie de películas de acción y espionaje delirante, eso sí, intentando obviar el machismo que rezuma cada fotograma, sobre todo en los filmes más antiguos. Pero el destino, en lugar de al mundo del espionaje, me llevó al del periodismo, a trabajar con otro tipo de información y a celebrar hoy el día del patrón de la profesión, san Francisco de Sales. Lo más curioso es que nunca he estado más cerca de aquel anhelo infantil de ser espía por mi país. Vean lo que ha pasado en estas últimas décadas: de ser la cuarta profesión con más prestigio al principio de la Transición (no sé quién hacía por entonces estas encuestas), el periodismo pasó a ser una de las más desprestigiadas con la entrada del milenio debido a la confusión que creó la industria del corazón y por la división de los grandes grupos de medios en bloques políticos. Después, la labor del periodista fue arrojada directamente al fango por muchos con la popularización de las nuevas tecnologías y las redes sociales, que cada día están más repletas de noticias falsas con apariencia de veracidad, todo ello en mitad de una dictadura de lo políticamente correcto. Y en la actualidad, vuelve a reivindicarse al profesional periodista como garante de un producto informativo de calidad, y hasta desde el Estado se está comenzando a ver con buenos ojos su trabajo por el papel que tiene, incluso, en la seguridad nacional, en la lucha contra las campañas desinformativas y las fake news (noticias falsas) de los enemigos interiores y exteriores del país (vaya expresión tan cinematográfica: «Los enemigos interiores y exteriores»).

¡Qué tiempos éstos! Hoy, además de celebrar los periodistas a su patrón, nos encontramos festejando al nuevo custodio del contraespionaje informativo de masas. Ahí es nada.

Por cierto, ¿saben que san Francisco de Sales en Chablais (actual Suiza), en 1594, convirtió a muchos calvinistas echándoles escritos por debajo de las puertas de sus casas? Ya ven: fue precursor de la campaña masiva de mailing y en redes de contrainformación y captación, como se consideraría hoy.

¡Viva San Francisco 007!