Me ocurrió en mi primer curso en la Facultad. Al finalizar una clase en la que había tomado apuntes sentado de forma que mi espina dorsal estaba más cerca de la horizontal que de la vertical, el profesor, de manera reservada, se acercó a mí y me dijo que si no tenía una lesión en la espalda no entendía mi postura. Le pedí excusas porque tenía razón, tanto en que no era la manera de estar sentado en una clase como por las formas utilizadas para advertirme. No me acuerdo del contenido de aquella clase, pero comprendí la importancia de saber guardar las formas en todo momento, así como apelar a ellas pero sin perderlas, sin aspavientos, ni voces, ni ejercicios de autoritarismo. Procure mantener ese criterio en mi ejercicio como docente, nunca expulsé a ningún alumno de mi clase y cuando tenía que reprender alguna conducta lo hacía en privado. El respeto de los demás solo se consigue cuando se parte de tu propio respeto hacia ellos.

Es importante que en nuestra actividad profesional, en nuestras relaciones con los demás y en el ejercicio de la actividad pública se cumpla ese principio que denominamos saber estar. Me parece inadmisible que algunos no sepan guardar las formas. Tenemos ejemplos recientes como el del presidente de la Comisión encargada de estudiar el caso Pujol en el Parlamento de Cataluña, pues no se entiende que ese militante de ERC y representante de todos los catalanes actúe vestido con una camiseta similar a la que se pondría para dar un paseo por la playa. En ese mismo nivel podemos situar el episodio (uno más) de Celia Villalobos, cuando en su condición de vicepresidenta del Congreso, y de representante de los españoles, se permite jugar mientras hay un debate parlamentario, y no me sirve la excusa de que estaba leyendo la prensa, porque el hecho es el mismo, puesto que no cumplía con su función y en consecuencia insultaba a todos los ciudadanos con su no saber estar, cuestión a la que esta señora ya nos tiene más que acostumbrados.

También de palabra se cometen algunos excesos, sirva como modelo la declaración del portavoz de la conferencia episcopal, que no está contento con el trato que recibe la asignatura de religión, y al mismo tiempo olvida el trato de favor que esa confesión religiosa recibe. Pensemos que con el dinero de todos los ciudadanos, sean o no católicos, se paga a los profesores encargados del adoctrinamiento católico en los centros públicos, y además el contenido de la materia lo establecen los obispos, lo cual genera una verdadera contradicción entre lo defendido en el plano de las creencias y los contenidos de algunas de las demás materias. Los obispos defienden la validez de los acuerdos con la Santa Sede que, como sabemos, solo gracias a un subterfugio consentido por la UCD se salvan de la consideración de preconstitucionales, y aún estamos a la espera de que un gobierno denuncie dichos acuerdos con el fin de que se cumpla el principio de que estamos en un modelo de Estado aconfesional, y por tanto, como muchos juristas mantienen, laico. No ha sido menor el exceso verbal del presidente del Gobierno, cuando se refirió al líder de los socialistas calificándolo de patético. Con ello lo único que demostró fue el nerviosismo que lo atenazaba, su incapacidad para responder a la gestión que su partido ha hecho en los casos de corrupción, una falta de respuesta a su responsabilidad en los asuntos de Bárcenas.

Y por último me han resultado irrespetuosas las fotos del grupo de españoles detenidos por su participación en el conflicto de Ucrania al lado de los rusos, puesto que aparecen junto a una bandera republicana, y es muy probable que esos individuos ignoren que la Constitución de 1931, en su art. 6, proclamaba: "España renuncia a la guerra como instrumento de política nacional".

* Historiador