Puede que Donald Trump haya sido en el 2016 el personaje del año, pero el hombre que está logrando dominar los hilos del escenario mundial es, sin duda, Vladimir Putin. El presidente ruso se ha convertido en héroe y referencia para una multitud de líderes políticos de todo origen y condición. Y no se trata solo de una cuestión de imagen. Desde que llegó al poder, Putin se ha dedicado a recuperar para Rusia el papel global que en su día tuvo la Unión Soviética. Su desmoronamiento, afirmó, fue «la mayor tragedia geopolítica del siglo XX».

Pronunciada en su discurso anual sobre el estado de la nación, en el 2005, esta frase es la que mejor define la medida de su ambición. Quedó claro que haría lo que estuviera en su mano para revertir esa situación. A ello se sumaría el deseo de resarcirse de las humillaciones infringidas por Occidente, según él, sobre todo la incorporación a la OTAN de buen número de países de la antigua órbita soviética. Así, hemos visto a Rusia reafirmar su poder duro en Georgia, intervenir en Ucrania, tanto con el apoyo a fuerzas separatistas en el Este como con la anexión de Crimea, y convertirse en pieza clave en Siria, con su apoyo incondicional a Bashar el Asad. Le hemos visto gestar nuevas alianzas con viejos enemigos, como Turquía, desplegar sus esfuerzos para avanzar con sus vecinos en la Unión Euroasiática y tratar de neutralizar el creciente poder de China con acuerdos energéticos.

También ha mostrado su maestría en el manejo del poder blando y su capacidad de persuasión y manipulación (lindando a veces la intimidación) con un impresionante despliegue de medios, incluido el terreno olímpico. Y últimamente asistimos sorprendidos a su osadía sin límites al utilizar su gran dominio del ciberespacio -tantas veces demostrado- para intervenir en las elecciones norteamericanas.

Putin ha recuperado para Rusia el estatus de potencia global por pura fuerza de voluntad. Ha sabido darle la vuelta a numerosos factores adversos: a una sociedad envejecida y con serios problemas de salud le ha devuelto el orgullo; a una economía dependiente de un petróleo en horas bajas, con una industria obsoleta, y con el peso de las sanciones occidentales, le ha aplicado medidas de austeridad y políticas fiscales y monetarias conservadoras que están logrando mantenerla a flote; y ha acallado cualquier asomo de oposición con una opinión pública que hace tiempo eligió estabilidad por encima de libertad.

2017 será para Rusia un año especialmente simbólico. El centenario de la Revolución rusa servirá para recordar a todo el mundo el papel que tuvieron las mujeres, los hombres y las ideas revolucionarias en el siglo XX. Pero desde el punto de vista psicológico, para Putin su mayor victoria es que el próximo presidente de EEUU, su tradicional archienemigo número uno, se va a mirar en su propio espejo. Un espejo autoritario y poco respetuoso con ciertas normas universales, eso sí. Seguiremos expectantes a dónde lleva esta historia de amor.

* Directora de Esglobal.