La Rusia de Vladimir Putin está deslizándose hacia una situación de aislamiento. Es un país cada vez más encerrado en sí mismo que camina con el recuerdo de la gloria pasada, pero también del sufrimiento, como resultó evidente hace apenas unas semanas en la conmemoración de la victoria sobre el nazismo ocurrida hace 70 años. La crisis de Ucrania, con la anexión de Crimea y la guerra híbrida en el este, es el gran contribuyente a esta situación. El desafío que ha planteado Moscú mediante esta crisis y la respuesta de la UE y EEUU aplicando sanciones económicas están dando resultados que justifican el recurso al recuerdo de los padecimientos pasados. Putin ha tenido que buscar en China un socio económico, lo que le ha permitido sacar pecho ante la comunidad internacional. Sin embargo, las relaciones entre Moscú y Pekín siempre han sido conflictivas. Cabe esperar que lo seguirán siendo con las tornas cambiadas. Hoy China es una gran potencia en ascenso imparable y Rusia está en decadencia. Ni a Europa ni a EEUU les conviene una Rusia encerrada en sí misma. Su intervención en Ucrania merece la condena, pero eso no debe ser obstáculo para que Bruselas y Washington mantengan canales abiertos con Moscú. EEUU lo ha entendido y ha enviado a la capital rusa al secretario de Estado, John Kerry. Ahora es importante que la cumbre de la Asociación Oriental, formada por la UE y los países fronterizos con Rusia, sepa combinar las ambiciones y los temores de aquellos países con el realismo.