Con razón los de mi generación son los más capaces de comprender el galimatías del mundo, los arcanos del destino que es imposible mutar. Pertenecemos a una suerte de generación perdida que aprendió que la ilusión es el primer estadio del desencanto, al cual, hallándole el mínimo común divisor, la media aritmética y la quintaesencia, se nos queda en la pura y dura realidad. Y todo gracias al cubo de Rubik. Así como otras generaciones anteriores se formaron en el ajedrez y las damas, y por ello salieron tan previsores, ecuánimes, con una inteligencia emocional tan alta y con unos valores basados en la concentración y la caballerosidad con el contrario, que fueron capaces de montar guerras civiles, guerras mundiales frías y calientes e imperios varios, los de mi generación no; salimos mucho más pacíficos porque practicamos menos el ajedrez y más el cubo de Rubik, que ahora cumple 40 años y nos tuvo a todos dale que te dale hasta que conseguimos dominarlo. Porque el cubo de Rubik no necesitaba contrarios que aniquilar ni reyes que decapitar, constituía en una especie de placer solitario y reconcentrado que ya anunciaba los videojuegos y los Androids, tú solo frente a la inmensidad de formas y colores como ahora frente a una pantalla. Bueno, también nuestros padres hacían solitarios de naipes, pero raras veces se resolvían. La generación Rubik quizás seamos más planos y previsibles, menos complicados e interesantes, pero gracias a ese pulso contra nosotros mismos somos más pacíficos. Ninguna guerra ni conflicto podrá achacársele a los seguidores del cubo.

* Profesor