La decisión de Donald Trump de sacar a Estados Unidos del acuerdo de París sobre el cambio climático vuela todos los puentes en que se sustentaba la relación trasatlántica. Dicen que nada hay más atrevido que la ignorancia y la drástica medida adoptada por el presidente estadounidense y sus explicaciones para justificarla confirman sobradamente la veracidad de esa afirmación. Pero no solo es eso. Desde que llegó a la Casa Blanca se ha propuesto, con su ridículo lema América, primero, hacer añicos las relaciones con Europa y los países vecinos de EEUU. Trump rechazó el Acuerdo de Asociación del Pacífico y quiere renegociar con México y Canadá el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Su primer viaje al extranjero lo inició en Arabia Saudí, un giro en la política exterior destinado a destruir la buena relación de Obama con Irán y una demostración de que lo que importa son los negocios. Después viajó a Bruselas, donde demostró que no entiende qué es la UE, y la apoteosis del desastre se produjo en la sede de la OTAN, donde trató a sus aliados como empleados, confundiendo el PIB que destinan a la defensa --que en algunos países es ciertamente inferior a lo que correspondería--, con el esfuerzo en el mantenimiento de la paz en el mundo. Todo ello sin contar con unas formas de maleducado, desde empujones a ostentosos apretones de manos para demostrar quién manda.Tras el paso del vendaval Trump por Bruselas, la cancillera Angela Merkel concluyó que Europa ya podía despedirse de su buena relación con EEUU. Pero, afortunadamente, Merkel y el nuevo presidente francés, Emmanuel Macron, han plantado cara enérgicamente a Trump. Una dureza que se ha echado en falta en el caso del Gobierno español, que ha reaccionado con tibieza ante tanta tropelía.