Toda seguridad que nos prometen en un mundo hostil como el nuestro supone una pérdida de libertad. Y no estoy hablando ni de la «ley mordaza» ni de la patada en la puerta. Resulta que para asistir en Barcelona, el 18 de julio, al concierto de U2 (supuestamente un grupo de rock) habrá que presentarse en la puerta con el DNI en la mano y la entrada personalizada con nombre y apellidos, como si fuéramos de visita a un ministerio. Cada comprador podrá adquirir un máximo de seis pases y será obligatorio que éste acceda para que sus acompañantes también puedan entrar. Las empresas que mueven este negocio y van a poner en marcha tan exhaustivo control --una medida inédita en España-- nos prometen seguridad pero nos privan de libertad, del derecho a ser nosotros mismos. La seguridad y la libertad son dos valores igualmente preciosos y codiciados que pueden equilibrarse hasta cierto punto, pero que difícilmente se reconciliarán jamás de forma plena. Es improbable que se resuelva nunca la tensión entre la seguridad y la libertad, entre el espíritu libre del rock and roll y el show bussines, entre el arte y la pasta gansa. Será esta la nueva forma de combatir la pobreza que tiene Bono, su giro ideológico en favor de la economía de mercado, inspirado por George Ayittey, un economista de Ghana con el que ahora se abraza en las fotos, como antes lo hacía con Lula da Silva y los pobres del mundo. En este sentido ya apuntaba maneras cuando Bono participó en el congreso del Partido Popular Europeo, celebrado en Alemania, cuando sorprendió a propios y extraños con su encendida defensa de las medidas estructurales de Mariano Rajoy. Mas no es la política liberal lo que me asombra de este marcaje al público, ni los precios de las entradas, ni tan siquiera sus aspiraciones al Nobel de la Paz que, visto como está el medallero, acabaran dándole más pronto que tarde. Lo que de verdad me resulta extraño y atípico y patético es ver en qué van quedando las estrellas del rock: puro negocio. Qué fue de su reivindicación de la libertad total, en la música, en las costumbres, en el sexo. Qué se hizo de su grito contra todo orden establecido, la policía y los gobiernos. Vallas y control para que nadie se salga de ese gigante Gran Hermano en la que van a convertir el Estadio Olímpico de Barcelona. Así las grandes empresas de marketing, las multinacionales y los promotores tendrán en sus manos el big data de todos nosotros, tomados como consumidores y no como personas. Puede que los viejos rockeros nunca mueran, pero algunos sí que venden su alma al diablo, no para mantenerse jóvenes sino para hacer caja.

* Periodista