Creer en Dios, en el mismo (en mi caso) que Cristo apenas y a duras penas predicó, no sabemos a ciencia cierta, porque ahí ya no hay mucho sitio para la ciencia, qué significa pero con el paso de la Historia sí que podemos ir haciéndonos una idea de lo que no significa. Aunque esto no resta que vayamos haciendo experimentos con aquello que podemos vislumbrar que se acerca a una idea de lo que Dios es en esto que llamamos el espacio y el tiempo. Cuando los intentos han corrido a cargo de los místicos, sean de la religión que sean, nos hemos quedado siempre con la miel en los labios, balbuceando o balbuciendo con ese no sé qué que nos cantó Juan de la Cruz o tantos otros occidentales y orientales. Cuando los intentos han querido situarse rayanos con la ciencia, o no hemos comprendido al emisor del discurso, como fue el caso de Chardin, o hemos intentado encerrar al Dios incomprensible dentro del ámbito de la comprensión humana. Los fracasos equiparan en número a los intentos porque Dios siempre se escapa: salí tras ti, clamando, y eras ido. La ambición humana por descubrir este misterio siempre se ha ido al traste. A pesar de esto, hablamos y escribimos en nombre de Dios, matamos incluso en el nombre de Dios, dictamos normas y leyes en nombre de Dios y nos atrevemos a juzgar la conciencia humana en nombre de Dios. Que yo recuerde de mis lecturas evangélicas y tengo, de momento, buena memoria, nada de esto podemos encontrar en los evangelios y aún menos en las ipsissima verba iesu, por otra parte pocas y con poca probabilidad histórica de que fuesen pronunciadas ex profeso por Jesús de Nazaret. De hecho, si acudimos a alguna de estas lecturas, podemos encontrar, asombrados, todo lo contrario. En el caso de María de Magdala, el personaje de Jesús invita a cada uno de los presentes a explorar su conciencia individual antes de actuar. Jesús podía haber tomado una decisión individual, apedrearla o no, pero la decisión aparece sin su concurso, sin el concurso de nadie. Leedlo por favor. Es más, si tomamos por buena la traducción al español, cuando Jesús, al final de la perícopa, se acerca a María no se atribuye el mérito de la salvación de esta mujer. Se emplea una voz pasiva y este empleo es intencionado. En lo más profundo de la conciencia de cada ser humano habita el mismo Dios o como cada cual llame a esto que no acabamos de comprender. Lo único que hizo Jesús, como si fuera el director de una terapia de grupo, es propiciar ese encuentro individual con la propia y más profunda conciencia. Lo mismo le ocurre justo antes de morir. También podía haber tomado una decisión, la de salvarse, incluso es invitado a que lo haga; y, sin embargo, ejerce la terapia consigo mismo, entra en lo más profundo de sí y transforma la más pura actividad en la más absoluta pasividad. Su éxito, permitidme este atrevimiento, en el espacio y en el tiempo consistió precisamente en la negación total de los mismos. No me preguntéis cómo se hace esto porque no lo sé.

Gracias por soportar este primer párrafo. Espero que más o menos vislumbréis por dónde voy. No vivimos ya en un tiempo en que debamos seguir siendo los jueces de la conciencia de cada ser humano siempre que la actuación de la conciencia individual no impida el feliz desarrollo de la conciencia y de la vida de otro ser humano, o del planeta, o del universo. Cada cual donde alcance. Algunos todavía se empeñan en ser jueces de nuestra conciencia y lo que resulta ya insoportable es que encima se sigan erigiendo en la puerta hacia una vida éticamente recta inventando un Dios de mentira que, creedme, está muy lejos, infinitamente lejos, de poner muros a la libertad del ser humano que, vuelvo a repetir para los inquisidores, nunca puede convertirse en estorbo para la libertad y la felicidad del vecino o de la vecina. Claro que existe la libertad de expresión, faltaría más y cada uno puede convertir en acto de proferir, transformar en palabra aquello que piensa pero si la palabra de uno parte de la conciencia (o parte la conciencia) de otro y de manera impuesta, mal vamos, mal camino llevamos. La verdadera fe, la verdadera y auténtica religión como expresión histórica de la fe no impone nada porque no necesita imponer nada. La fe actúa en el corazón del ser humano sin que nadie tenga que ser el portavoz autorizado. La verdadera fe abre la conciencia humana hacia un espacio en el que, honestamente, no necesitamos jueces. Lo contrario es continuar rezando a dioses de mentira con los que algunos siguen mercadeando y profanando nuestro tesoro más sagrado. No hay peor dictadura que la dictadura de las conciencias, de las que la historia ha sido testigo en numerosas ocasiones.

* Profesor de Filosofía

@AntonioJMialdea