N osotros tocamos, dijo el bajo, y tú cantas con esa expresión de no haber nunca roto un plato». Esta frase la pronuncia en Los Reyes del Mambo, escrita por el Premio Pulitzer Óscar Hijuelos. Dice este autor que cuando tenían las canciones ya a punto, con letras y acordes sencillos, se las llevaban al arreglista para que las pasara al pentagrama.

Al igual que Reyes del Mambo, ciertos políticos han actuado ante el magistrado del Tribunal Supremo. Elegantemente vestidos han hablado ante los medios de comunicación con la materia prima de la doble identidad, que es la constante en la narrativa de Hijuelos, cavilando sobre sus respectivos pasados de los que parecen no tener escapatoria, pero con la canción, suavemente expresada, de haber actuado desde la legalidad, sin haber roto jamás un plato.

Exactamente igual al objetivo del Pulitzer, que era, según sus propias palabras, «escribir un libro con truco... como una caja china, una historia dentro de otra historia», en Bella María de mi alma se permite, dentro de la ficción, un auto-cameo cuando María, enamorada de Néstor, le pide un autógrafo al propio Hijuelos para fantasear sobre la tormentosa relación de su madre y el músico.

Como perseguidos por un definido paralelismo, las horas pasadas por estos políticos ante las preguntas del magistrado han debido ser potro de tortura porque las respuestas han salido de sus gargantas con ardid y trampa, trucadas y envueltas en sábanas sucias para poder cubrir sus melancólicas miradas, una vez que el arreglista ha conseguido que todos canten la misma melodía, como gatos que se deslizan por las mismas entradas de oscuros sótanos. Sin embargo, sus declaraciones no pasaban de la pestaña de la contraportada, no demostraban desazón ni zozobra. Tampoco existían las sonrisas, aunque las preguntas de los periodistas se hacían con el telón de fondo del desecho, broza y cascote que quedó del edificio donde se resguardaba un poder despreciable y repugnante, basura en estado puro.

Como Reyes del Mambo declararon ante los medios de comunicación cada uno con estilo propio, pero con un mensaje único: tendencioso y teatral, extendido con la espátula del fraseo arrastrado y cursi; bolero escrito y novelado que se enfrenta o pretende hacerlo a una estructura narrativa apasionada, obsesiva y hasta decepcionante. Los cinco con el mismo ritmo, con idéntico trémolo, justificante de la igualdad de notas y unidad de duración de las mismas, independientemente que fuesen violines, trompetas o flautas los instrumentos utilizados en la banda sonora de la representación. Todo el repertorio cantado con voz cascada y sin el timbre dorado de sus años de presidencias y vicepresidencias.

No sabemos cuál de los investigados ha actuado de director de orquesta para salir bien en el escenario ante las cámaras de televisión y micrófonos de radio. Los varones iban vestidos de punta en blanco y caminaban con gestos propios de todo gran señor que se precie de serlo. No se les vio deprimidos tras sus declaraciones. Se sentían como príncipes que repentinamente se habían liberado del hechizo maligno. Como Reyes del Mambo aparecieron ante el público con estoicismo, puesto que las preguntas del magistrado no habían hecho la más mínima mella ni en sus espíritus ni en sus conciencias.

¿No daría este argumento para un bolero novelístico, quizás para un tango o para un mambo, que siempre será de origen cubano?

* Grupo de opinión