Inventó la frase o quizás la dijo por primera vez, «la revolución de la ternura», el Papa Francisco durante su viaje a Cuba. Algunos analistas, entre ellos el filósofo y escritor Jaime Nubiola, se pusieron enseguida a interpretarla: «Si no entendí mal, lo que venía a decir el Papa es que lo verdaderamente revolucionario en Cuba, y en todas partes, es que nos queramos unos a otros y no tengamos miedo de expresarlo así». Y, sin embargo, qué lejos nos encontramos de esta «revolución de la ternura». Estamos hartos de escuchar y, a veces, contemplar en vivo y en directo, gritos, incomprensiones, mal genio, discusiones, malentendidos, clamorosos silencios y toda una retahila de conductas desafortunadas que con frecuencia afligen a tantas familias. Como escribe León Tolstoi en el arranque de Anna Karenina: «Todas las familias felices se parecen, mientras que cada familia infeliz es infeliz a su propia manera». ¡Cuánta violencia encontramos por doquier y a todos los niveles: incluso algunos defienden una lamentable competitividad entre las personas, más o menos solapada bajo formas de control, con el torpe argumento de que en el ámbito empresarial «o comes o eres comido». Y no digamos nada del ámbito social donde vemos a diario descalificaciones e insultos de políticos de todo signo y donde tan a menudo nos encontramos en tantos espacios con relaciones interpersonales marcadas por la mutua agresividad. Nubiola continúa explicando el verdadero significado de la «revolución de la ternura»: «Decir que la ternura es revolucionaria no significa que a base de besos y de caricias puedan resolverse todos los problemas, pero sí, de alguna manera, que aquellos que más nos afectan tienen de ordinario que ver con nuestra relación con quienes tenemos a nuestro lado, nuestros próximos, parientes, colegas, vecinos. Y en estos casos, aplicando una ternura inteligente, pueden cerrarse heridas a nivel familiar, pueden pensarse mejor las relaciones laborales para minimizar los conflictos y puede aminorarse la beligerancia social». Es cierto. Nos enternecemos porque amamos y la revolución de la ternura se nutre del amor. Fue conmovedor el discurso del Papa en Filadelfia hablando de la familia, cuando, ante la ingenua pregunta de un niño -«¿qué hacía Dios antes de crear el mundo?»-, tuvo que improvisar una respuesta: «Antes de crear al mundo... Dios amaba». Ahora que el ambiente cuaresmal se respira en nuestros templos, en nuestras hermandades y cofradías, sería interesante que cayéramos en la cuenta de la fuerza de esa «revolución» de la que apenas se habla, pero que tanto poder encierra. La ternura es revolucionaria si es inteligente, es decir, si se aplica con cabeza y decisión para solucionar las dificultades que se plantean en los espacios de la convivencia humana. «La ternura inteligente, subraya también Jaime Nubiola, se alimenta, por supuesto, del respeto a las personas, a sus diferencias y del amor a la libertad». Tratar con ternura a los demás requiere de ordinario una gran fortaleza personal. Y si no, pasemos a la práctica.

* Sacerdote y periodista