La revolución conservadora iniciada en Gran Bretaña hace más de tres décadas por Margaret Thatcher bajo el lema "Más mercado y menos Estado" tuvo su secuela en los gobiernos laboristas de Tony Blair, que ahondaron en muchas de las cuestiones que la Dama de Hierro solo había iniciado. La falta de una mayoría absoluta hipotecó el programa del conservador David Cameron, que tuvo que gobernar en coalición con los liberal-demócratas, quienes frenaron en buena medida su programa neoconservador. Ahora Cameron tiene las manos completamente libres, y en el poquísimo tiempo transcurrido desde su victoria electoral en mayo ha propuesto una serie de medidas --o ha reducido asignaciones de los presupuestos-- que habrían hecho feliz a la fallecida líder tory.

Los conservadores quieren recortar derechos y fondos a aquellas instituciones que Thatcher no había conseguido doblegar por completo pese a intentarlo, como son la sanidad pública, los sindicatos o la BBC. Esta segunda revolución parte de ideas que los conservadores se han encargado de difundir ampliamente pero que la realidad desmiente, como el abuso del derecho de huelga o el partidismo de la televisión pública a favor del laborismo. Ahora será prácticamente imposible convocar una huelga, barriéndose de un plumazo casi dos siglos de lucha por los derechos sindicales, mientras que una BBC empequeñecida dejará de ser el gran instrumento de poder blando que tenía el Reino Unido en el mundo.