Esta mujer que escribe a la luz de un flexo tiene cincuenta y nueve años, un trabajo rutinario, un juanete que le duele a rabiar, un marido que la comprende a ratos, alguna que otra manía y un proyecto descomunal en la cabeza. Esta mujer --el pelo encanecido y la espalda algo encorvada-- se puso a escribir un diccionario porque no la convencía ninguna de los existentes, una determinación fija en su férrea voluntad a lo largo del tiempo. Esta mujer redacta fichas y más fichas con caligrafía magistral cincelando cuidadosamente cada pormenor léxico, delimitando con talento y rigor los contornos semánticos de cada término para poner orden a las cosas del mundo.

Ahora la mujer se detiene y levanta la vista mascullando algo, la letanía de una fervorosa creyente en la religión del lenguaje. Tal vez verbaliza la definición más adecuada de la palabra «furor» o pronuncia la etimología de la palabra «valle», tal vez le da vueltas a una frase sonora con la palabra «levadura» o está tirando de un racimo de vocablos relacionados con el concepto «alegría». La palabra. Siempre la palabra. Palabras que se adueñan de la casa. Palabras en los cajones de las cómodas. La palabra como alimento y como látigo, la palabra como condena y como tabla de salvación de esta mujer que se llama María Moliner.

Esta mujer nació con el siglo XX. Su padre era médico de barco. Un día se fue y ya no volvió. Se quedó en Argentina con su nueva familia. María ejerció de padre de los suyos. Se licenció con premio extraordinario. Había tres mujeres en su promoción. No tardó en acceder al cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, oficio que la trasladó a Murcia. Allí conoció a Ramón, un catedrático de Física muy culto y muy moreno, su compañero hasta la muerte.

Esta mujer desempeñó un papel importante en la política cultural de la Segunda República: libros para los pueblos de las Misiones Pedagógicas, pequeñas bibliotecas de campaña para aliviar los pesares del frente. Las ideas liberales y renovadoras de marido y mujer les pasarán factura en tiempos de represión franquista. Ella perdió dieciocho puestos y él fue apartado de la cátedra cuatro años, cuatro años como un animal encerrado en el pasillo largo de la injusticia.

Esta mujer mostrará al poeta y profesor Dámaso Alonso el deslumbrante resultado de catorce años de desvelos. Tras cientos de correcciones, retrocesos y avances, la editorial Gredos publicará los dos tomos del Diccionario de uso del español en 1966. La autora de este monumento cultural morirá en 1981. Gabriel García Márquez quiso visitarla estando de paso en Madrid. Gente cultivada ignoraba quién era. Algunos confundieron su nombre con el de una actriz de cine. No ocupó ningún sillón de la Real Academia. Una sala de la Biblioteca Central de Lepanto lleva su nombre. La biblioteca de mi instituto también.

* Profesor del IES Galileo Galilei