Durante todo el periodo de nuestra democracia, la política exterior española ha sufrido un sinfín de avatares, propuestas de cambios nunca realizados y gastos suntuosos puestos más bien al servicio de las grandes empresas privadas que a los intereses del propio Estado. Es por ello que apunto algunas sugerencias que pueden tenerse en cuenta como guion para elaborar una política exterior y de cooperación alternativa a los intereses de una casta gobernante, empresarial y comercial, para recuperar esencias perdidas en este devenir interesado.

En primer lugar, tendrían que redefinirse los objetivos en las relaciones internacionales y de cooperación. España ha abandonado demasiado espacio de hermandad histórica con los países de América latina y perdido peso en avances comunes relacionados con la cultura, lo social, lo económico y la cooperación al desarrollo. Formamos parte de una historia común que tiene que ser reforzada desde posiciones de igualdad, respeto mutuo y trabajo en común, no desde la imposición ni convirtiendo nuestras embajadas en agentes comerciales al servicio de los intereses de las multinacionales españolas. Fomentar la colaboración norte-sur, pero también profundizar los espacios que nos posibilita las relaciones sur-norte.

Para ello, habría que tomar un buen número de medidas de las que adelanto las siguientes como posibles: redefinir el organigrama central del Ministerio, reduciendo personal, gastos suntuosos y logrando mayor eficacia y calidad; eliminación de sedes subalternas, edificios no principales y reducción de gastos en viajes, dietas y complementos; definir indicadores verificables al trabajo realizado en las embajadas y consulados; reordenación de la Escuela Diplomática.

En cooperación al desarrollo nuestro país debe abandonar en lo posible las cooperaciones bilaterales (gobierno a gobierno), para centrarse en propuestas que ayuden a los pueblos en procesos endógenos de mejora social. Se ha comprobado que el 90% de las ayudas bilaterales no cumplen sus objetivos, mientras que, al contrario, el 90% de las ayudas a través de ONGD alcanzan los objetivos previstos. En este campo habría que tener en cuenta: suspender cualquier tipo de relación con los gobiernos que violan sistemática u ocasionalmente los derechos humanos, no así con sus pueblos; ampliar nuestra capacidad de solidaridad en cooperación con la dedicación del 0'7% del PIB, según la recomendación de Naciones Unidas; anular los condicionamientos de la ayuda o la vinculación de esta con intereses comerciales privados o públicos; revalorizar la presencia de las ONGD españolas como referente clave de la Marca España.

En los organismos internacionales, España debe mantener una presencia activa y no de mero acompañante a decisiones tomadas en terceros lugares: UE, OTAN, EEUU, etcétera, estableciendo objetivos verificables y de calidad, asumiendo prioridades de paz, solidaridad y defensa del planeta.

Solo con estos tres enunciados, insisto a modo de borrador/sugerencia, nuestra política exterior puede producir un cambio de 180 grados, significando una auténtica revolución sobre la situación actual. Es cierto que muchísimos intereses de nuestra casta empresarial, comercial, política y diplomática se opondrán con ferocidad a estos cambios, por lo que el pueblo debe asumir la batuta del vuelco en este sector. Quizás Podemos pueda ser el referente para logarlo.

* Asesor de relaciones internacionales y cooperación