En la ficción ya no predominan los personajes planos, aquel maniqueísmo orlado y simplón en el que los buenos eran muy buenos y los malos, muy malos. No digo yo que vuelva a estilarse esa composición bidimensional, pero entiendo que tardará en hacerlo, como el gotelé en las paredes domésticas. Lo fácil sería apelar a Hollywood, a la novela negra, o un siglo XX saturado de escepticismo. Pero sintámonos partícipes y fuente de esta tendencia. Al fin y al cabo, la literatura castellana ofrece dos grandes aportaciones a la literatura universal: la tragicomedia tiene una denominación de origen manchega, con la adarga antigua de don Quijote como seña de identidad. El segundo hito es el esperpento, oficializado en la sublime pluma de Valle-Inclán; un puchero calentado en las medianías hispanas del XIX, que borbollaron en el desastre del 98 e indigestaron las aspiraciones de este país en buena parte del siglo anterior.

Dios salve al esperpento durante mucho tiempo, pues ese parece ser el propósito de muchas de las coordenadas políticas en nuestro entorno. Esa visión deformada de la realidad que proclamó Max Estrella en caricatos espejos no es sino un surrealismo ajado y cañí, del que no son ajenos ni los Madriles ni las periferias. A las prácticas de los conservadores en la capital ya puede denominarse como «Madridazo», una corrupción que pretende sajar Cifuentes con una catarsis de cainismo más orientada a la propia supervivencia. Ese enfangado liberalismo de lágrimas de cocodrilo, provisto de áticos y otros despropósitos, impulsa a Podemos a escenificar una moción de censura. Pero es más que presumible que Pablo Iglesias no quiera aplicar el regeneracionismo de Joaquín Costa, sino sentirse Paris lanzando a las primarias socialistas la manzana de la discordia.

Pero los mejores espejos deformados son los centrífugos. Cualquier movimiento secesionista tiene sus sombras, aunque luego la épica de la emancipación edulcore dichos episodios. Ya lo hicieron los bostonianos al disfrazarse de indios, y aquella chirigota que no habría pasado los cuartos del Falla hoy se engola en los libros de Historia. Peor lo tiene la Cataluña independentista. Hete ahí que la primera gran instantánea de la Causa, con el fotomatón de la Estelada, la ha protagonizado un tal Nicolás Maduro. Los que aún mantienen que el seny precisa hacerle la puñeta socarrona a Madrid se han echado las manos a la cabeza. Pero lo más grande ha estado en las precuelas, en el pujolismo cargado de buenos favores y mejores amnesias. Antológica ha sido la defensa que ha esgrimido Jordi Pujol Junior para eludir infructuosamente la trena. No ha apelado a Lluis Llach, convertido de perseguido en perseguidor, como un dominico inquisidor que fustiga a los herejes del españolismo. Su sosias ha sido José Sazatornil, o más bien el personaje que interpretaba en La Escopeta Nacional. ¿Cuánto le habrá dolido a la matriarca del clan ese símil? Sazatornil modulaba como nadie la astracanada del conseguidor catalán que, sin suavizar su marcado acento, se introducía en la corte de las cacerías franquistas. Gracias y favores que demuestran que el pujolismo y todos sus vástagos no han sido ajenos a esa constante universal. Que Junior se haya metamorfoseado en Saza ha sido una de las peores noticias para el independentismo. Con tanto despropósito les surgirán peores, pero el esperpento cobra ya rango de ser uno, grande y libre.

*Abogado