Creo que Donald Trump debe sacar lo mejor de nosotros. Sé que esto, dicho así, suena a baladronada, a una ingenuidad de andar por casa, cuando el balón se está jugando lejos de tu dominio, en otra latitud, con otra medición de las jugadas, otra combinación entre el hombre y el césped, su esfuerzo de alquitrán. Sé bien que ahora nada le importa a Trump lo que podamos hacer, pero pensemos en lo que representa: lo peor del egoísmo, su última maldad. No puedes hacer como Matthew McConaughey y esperar que las cosas mejoren: porque, para cuando puedas reaccionar, ya habrá sido demasiado tarde y habrán ido a sacar a su propia familia de su íntima frontera. No quiero decir que podamos hacer, cada uno de nosotros, verdaderamente, mucho, ni siquiera nada, contra Trump; pero pensemos en la vida, en los códigos éticos que Donald Trump representa. No es una cuestión de ideología, de izquierda o de derecha --que mirada más corta, ésta tan nuestra, que sólo sabe ver los focos luminosos entre los dos extremos--, de un conservadurismo más o menos rancio o de un progresismo de salón: hablamos de un hombre que en unas pocas semanas ya ha puesto por los suelos las bases ideológicas de la política exterior de EEUU, con sus luces y sombras, que no habría enviado sus tropas para desembarcar en Normandía, porque se habría aliado con los nazis. Ya sé que Mariano Rajoy, hombre sensato, se ha avenido a ejercer de interlocutor entre Donald Trump y Europa: menos mal que ahí está Jorge Moragas, que al menos habla inglés. Pero cómo vas a colaborar con alguien que ya ha dicho que quiere destruirte, que Europa es una lapa, tanto como la OTAN; que Rusia, que Putin, que el exterminio puro de Kosovo, es una gran política de Estado. Insisto: cuando la historia se pone contra el hombre, el hombre ha de sacar su mejor cara. No con la otra mejilla, ni con la sumisión, sino desde el convencimiento de que cada uno, en su vida pequeña, puede vencer a Trump mirándolo a los ojos.H

* Escritor