El 9 de julio de 2016, España se sobrecogió con la noticia de la muerte del torero Víctor Barrio a la edad de 29 años durante una corrida de toros. Pasará a la Historia y así fue recogido por la prensa taurina por ser el primer fallecido en el ruedo en España desde 1992. La muerte fue instantánea, como una buena estocada bien dirigida, pues, según el parte médico que le atendió, la cornada le partió la aorta torácica y eso no hay cirujano que lo arregle ni Dios que lo sane. Se armó tanto revuelo que lo más granado del escalafón le hizo un homenaje para recaudar fondos. Calificado el evento por la prensa taurina como «desangelado» y cuestionado como benéfico, fue un fraude de toreros y organizadores. El público quería más espectáculo y los compañeros ganar dinero.

El pasado 18 de junio de 2017 España se volvió a sobrecoger con otro torero muerto en el ruedo, Ivan Fandiño, a la edad de 36 años. Esta vez ha sido en Francia, donde las corridas de toros están prohibidas en el 90% de su territorio por ser un espectáculo cruel. En la localidad de Air-Sur L’Adour, en una plaza construida en 1972 y con 4.250 localidades, han hecho Historia de la Tauromaquia y ya cuentan con un muerto en la plaza para la mayor gloria de aficionados. Esta vez, el torero ha muerto consciente de que se le iba la vida, como una mala estocada y apuntillado. Parece que los galenos, como así describe la prensa taurina, no sabían qué hacer.

Todos lamentamos la muerte de personas que están en la plenitud de la vida. Los toreros son los únicos profesionales en España que no cumplen con la Ley de Riesgos Laborales porque la administración y los gobiernos así lo quieren; no habrá que buscar responsables. Al toro se le tildará de asesino, como ya se ha hecho otras veces, y su cabeza disecada colgará algún día en un museo para mayor gloria de los aficionados que así recordarán la muerte estúpida por una tradición bárbara y sanguinaria de lo que consideran un héroe mientras los intelectuales del ramo, volverán a restregarnos que la corrida de toros es una fiel representación de la vida y la muerte. La polilla y el polvo causan estragos en lo que es una muerte anunciada de la Tauromaquia, cuyos seguidores siguen pidiendo un respeto del que no son capaces de concederse a sí mismos.

<b>Rafael A. Luna Murillo, veterinario y etólogo</b>

Córdoba