Somos un país de dúos dinámicos y de viento plácidos. Nos gustan poco las sorpresas y mucho menos los sorpassos. Siempre fuimos conservadores y miedosos. Mientras que en otros países cercanos la burguesía hacía su revolución y cortaba cabezas, aquí aprobábamos constituciones monárquicas y proclamábamos el catolicismo como la única religión verdadera. Mientras que muy cerca los pueblos se levantaban contra sus dictadores aquí esperamos a que el nuestro se muriera en la cama. Hemos sido, en general, un pueblo poco dado a darle un vuelco radical a los acontecimientos. El arraigado sentido judeocristiano de la culpa y el «virgencita que me quede como estoy» nos ha convertido en campo abonado no solo para los salvadores sino también para los que nos prometen tranquilidad y escasos sobresaltos. Por eso siempre he pensado que Lampedusa bien podría haber ambientado su Gatopardo en este Sur que en el fondo es tan similar al suyo.

Vistos los resultados de lo que en un principio parecía un ilusionante 26J, parece demostrarse que en nuestro país más vale no hacer nada que plantear propuestas de cambio. Seguimos premiando la pasividad y las complicidades por omisión. Somos presa fácil para los que manejan como nadie los discursos del miedo y nos falta mucha cultura política mediante la cual asumamos que las elecciones no solo sirven para elegir un Parlamento sino también para exigir responsabilidades políticas. Nos gusta adorar dinosaurios, santos de escayola y líderes aparentemente modernos pero que en el fondo son tan viejos como los más viejos del lugar. De otra manera es imposible explicar cómo el PP mejora sus resultados, como si todo lo que hemos ido sabiendo en estos meses sobre su actuar insistentemente corrupto no importara y, peor aún, como si la gran mayoría de este país, sufridores de las políticas de austeridad, no tuviera la más mínima capacidad crítica con respecto a un partido que ha reducido a mínimos el Estado de Bienestar. Rajoy el invencible, Rajoy el impasible, Rajoy el notario que levanta acta de tanto negocio sucio y de la vil austeridad. ¿De verdad que todo pueblo tiene los políticos que se merece?

La mínima resistencia del PSOE puede incluso considerarse un triunfo en un escenario que presagiaba una derrota solemne. O mejor dicho, un triunfo de Sánchez que ha logrado mantener el tipo, que no más, frente a la amenaza de los corazones de Unidos Podemos. Es evidente que sus plegarias, no sé si laicas o confesionales, han tenido más efecto que las que Susana Díaz haya podido hacer a la Esperanza de Triana. En todo caso, la tesitura es compleja porque que me temo que haga lo que haga a partir de mañana su posición será de extrema debilidad. Magro líder para tan ancho partido. Un partido que, al margen de lo que pase en las próximas semanas, debería replantearse de una vez por todas un proyecto que necesita nuevos métodos, nuevas palabras y un liderazgo que supere el frágil de un candidato que apenas sobrevive por el sustento de unas estructuras arraigadas en la sociedad, en las instituciones y en las servidumbres.

El fracaso de Unidos Podemos merece un capítulo aparte. Por más que muchas de sus gentes y algunas de sus propuestas merecieran mi complicidad, creo que les ha podido la soberbia, la cursilería y los fuegos de artificio. Además de un más que discutible liderazgo de Pablo Iglesias que a muchos no nos habría gustado nada verlo como presidente. Con un individuo así es muy difícil hacerle frente a los líderes conservadores de este país de pandereta y no estaría más que se retirara a un segundo plano y dejara paso a alguna mujer que ha demostrado tener más empatía. Porque nos siguen sobrando machitos y seguimos necesitando feminizar la vida pública. Aunque ayer el pueblo pareció apostar por todo lo contrario: por un país donde la única sonrisa posible sea la Soraya bailando el Resistiré.

* Profesor titular acreditado al Cuerpo de Catedráticos de la UCO