Muerta. Da igual el botón que aprietes. Da igual que compruebes de nuevo que las conexiones de los enchufes están como tienen que estar. No te molestes. Se apagó para siempre. Está muerta y se acabó.

No había síntomas que hicieran temerse lo peor, el fatídico final de una vida llena de escaneos y documentos en lista de espera. Jamás le había causado mala impresión a nadie. Habrá que asimilar la ausencia de sus pilotitos encendidos. Habrá que metabolizar el adiós total al sonido de sus engranajes, a su rítmico fluir dando a luz un dibujo de Bob Esponja o una escritura de compraventa. Y lo peor es que ha sido de repente. Un abrupto irse de este mundo sin que supiéramos que la última página era la última, la postrera, la definitiva. Esta muerta y no hay más vuelta de hoja. Fallecida con un cartucho de tinta lleno de posibilidades y un tocho de folios repentinamente difuntos en el alimentador.

Así son las cosas hoy en día. Lo ideal sería que yo cogiera el cuerpo inerte y que alguien se encargarse de su resurrección a precio razonable. Que hubiera tiendas de reparación en la que no te aconsejaran lo que te recomiendan en cualquier gran superficie: comprar una nueva es lo mejor porque entre que te la miran, entre que te piden la pieza (en caso de que hubiera, claro) y entre lo poquillo de mano de obra que te metan... te va a salir mucho más económico, ya lo creo que sí.

En un documental muy recomendable sobre obsolescencia programada (Comprar, tirar, comprar) un hombre se empecina en descubrir por qué su impresora ha dejado de funcionar. El tipo investiga: dentro de la máquina hay un chip que contabiliza el número de páginas impresas hasta un límite que supone la defunción del aparato. Descontento con la caducidad inoculada fraudulentamente en el producto por el fabricante, el consumidor cabreado sigue tirando del hilo y da con un ruso (creo) que ha ingeniado la forma de resetear el contador para que la impresora quede como nueva.

No tengo tiempo de investigar tanto. Probablemente acabe tirando el cacharro cuando me canse de tenerlo encima de la mesa acumulando polvo para nada. Leo que solo el 15% o el 20% de la basura electrónica se recicla eficazmente. Algunos países africanos se han convertido en núcleos receptores de los desechos tecnológicos del mundo próspero. Unos se reparan mientras otros acaban contaminando el aire de vertederos altamente tóxicos en los que la gente se busca la vida.

Lo mismo mi impresora acaba ardiendo en uno de estas fosas comunes. O lo mismo acaba reparada en una escuela de Ghana, imprimiendo fichas para que unos cuantos niños practiquen sus primeras letras. En fin... me estoy poniendo trascendental y no tengo más tiempo que perder. Voy a ver si pillo una impresora buenecita. En oferta, claro, porque yo no soy tonto.

*Profesor del IES Galileo Galilei