Las noticias del futuro nos llegan del frío. Finlandia es la nueva referencia. Desde hace dos semanas 2.000 parados de larga duración reciben durante dos años una renta básica de 560 euros al mes libres de impuestos sin tener que acreditar nada. De acuerdo, no es para todo el mundo ni para toda la vida, pero supone un cambio de paradigma y una rendición ante la evidencia. Ante un mundo hipertecnológico, conectado y robotizado, lo de tener un trabajo va a estar al alcance de muy pocos. Y tener uno para vivir bien, aún va a estar al alcance de menos. En Suiza votaron sobre la necesidad de una renta mínima universal y vieron que el principal impedimento es su financiación. Si en Finlandia se ofreciese a todo el mundo, les costaría el 17% de su PIB y si lo hiciéramos los españoles, la presión fiscal de los que trabajasen subiría a casi el 70%. Hay que recordar que en los países nórdicos hay menos picaresca y economía sumergida que en el Mediterráneo, y más conciencia social. El experimento de dar 560 euros a 2.000 parados se completa con otro grupo de 2.000 personas que percibirán los subsidios tradicionales. ¿Qué grupo se espabilará más?

Está claro en Finlandia, Italia, Francia o aquí que la globalización no reparte equitativamente sus beneficios y que la brecha de la desigualdad es ya insalvable. ¿Será la renta mínima nuestro próximo opio para que no salte todo por los aires? Sirven 560 euros para sobrevivir, para no estallar, para no dimitir, pero no para vivir con holgura o mirando el futuro con cierta planificación. El tema sobre el que se experimenta en Finlandia hay que abordarlo desde otro lugar.

Todos nuestros conciudadanos que viven o vivirán en los márgenes deben tener una solución, si no queremos que abracen la anarquía y que estalle una revolución, pero la solución debe llegar desde los otros que viven al margen: empresas que no tributan donde operan o colectivos amiguetes del poder que parecen tener bula en cuanto a plazos e importes impositivos. El resto ya soporta una presión altísima propia de países que a cambio dan mejores servicios y paga con bastante menos corrupción que la que nos adorna.

Lo de Finlandia no solo va de economía o presión fiscal. Va sobre presión social. El mundo se está deshumanizando. En formas y en fondo. Robots en vez de empleados. Beneficios para los que manejan la tecnología que a su vez nos aparta del único medio que nos daba soberanía: el trabajo bien remunerado. Pero los humanos seguimos estando aquí. Y nadie va a rendirse. O hay una esperanza real para todos de vivir dignamente o el conjunto se irá volviendo cada vez más hostil, hasta que la única convivencia soportable sea entre robots y ordenadores. Los amos del mundo deben actuar si quieren seguir viviendo de rentas.

* Periodista