Con casi 95 años, Ginés Liébana no deja de reinventarse cada mañana. Aunque en realidad lo que busca es sorprenderse a sí mismo --y de paso a los demás-- para sacudirse a manotazos todo lo gris y triste de la vida. Optimista vocacional, aunque con un exquisito poso de melancolía que le lleva a reivindicar esa "pena fina" que según él nos gastamos los cordobeses, este "exiliado alegre" --otra de sus más frecuentes cartas de autopresentación-- ha pasado por Córdoba como siempre: pizpireto y pinturero, locuaz y heterodoxo, cultivador de un dandismo de camiseta y calcetines modernísimos que hace parecer a este nonagenario voluptuoso de la palabra y el pincel un jovenzuelo travieso, empeñado en buscar las cosquillas a la cultura y a todo lo que se le ponga por delante.

Qué distinto de su amigo de siempre y casi alter ego (más alter que ego) por la fuerza de la costumbre, Pablo García Baena, junto a él único superviviente de Cántico, aquel grupo que en la Córdoba de la postguerra revolucionó con su revista del mismo nombre la poesía española. Pablo es todo lo contrario: discreto, recogido, alquimista de la palabra bella en el verso, justa y escueta para todo lo demás, aunque en confianza se destape como hombre ocurrente y bienhumorado, además de un espléndido anfitrión cuando se le visita en casa.

Tan distintos y tan igualados en gustos artísticos y aficiones vitales, ahí estaban los dos bastón en mano en la delegación de Cultura, juntos desde niños a pesar de la distancia y el correr del tiempo y sus erosiones, dando una prueba de vida vivida intensamente. Como ya había ocurrido el pasado mes de diciembre en Málaga, donde Ginés presentó exposición y Pablo fue obsequiado con la antología Mientras cantan los pájaros , coordinada por el profesor Felipe Muriel, ambos, cada uno en su estilo, dieron una lección de saber estar y de supervivencia.

Y como siempre que baja desde Madrid a esta Córdoba suya (a pesar de haber nacido en Torredonjimeno), una ciudad a la que tanto le une y que tantas decepciones, dice, le hace pasar, el pintor y escritor entusiasmó a los presentes con ese sentido de la teatralidad y la extravagancia que tan bien sabe dosificar. Vino para asistir a la inauguración de su muestra Negociado de la carestía , 35 obras en las que juega con el collage y la fotografía sin perder su estilo singular. Y para, al día siguiente en el Museo de Bellas Artes, deleitar al público desmenuzando su obra. En los dos actos dejó Liébana su impronta de personaje único y disperso, de ser irrepetible.