En los últimos años, la casta del Poder ha venido mostrando su condición buitresca y ha dado siempre la espalda a los que sufren, oteando el paisaje gris de la pobreza con displicencia elegante y altivez. Incluso con insolencia diría yo. Esperemos que ahora haya un cambio al fin de rumbo. Lo ocurrido estos años últimos en España dibuja la imagen de un país picoteado en su cáscara débil, casi agrietada ya, por los que ostentaron el cetro del poder en su amplio sentido, sin mínima decencia, sin una pizca azul de dignidad. Quienes desean la marginación del pobre y apoyan la eterna ignorancia de los frágiles con el desdén glorioso de sus leyes y su grosera política económica al servicio de bancos y grandes multinacionales son buitres en el fondo disfrazados de palomas. Sus alas de azufre abarcan todo el territorio de una nación cubierta por el magma de la indecencia y la mediocridad. Lo que ha sucedido en asuntos como el de las pensiones o el tema escabroso de ciertas universidades manipuladas por los poderes fácticos en este país no tiene parangón. Los ricos jamás soportaron que los débiles tengan derecho a una vivienda digna y, aún mucho menos, a una educación feliz, igualitaria, pública y abierta, que ellos han privatizado con sus normas de una forma salvaje, torva y canallesca durante dos lustros de amaños y corrupción. Lo mismo ha pasado en otros ángulos sociales como, por ejemplo, el de la sanidad.

Lo que ocurre en este país no tiene enmienda. O sí que la tiene, pero los de más Arriba, hasta hace muy poco, no lo han querido ver. Mientras sigamos viviendo sumergidos bajo el imperio de un capitalismo ciego, jaleado en el plano económico por políticos que no dirigen la vista a los de abajo, a las clases obreras hundidas en la precariedad, esta patria marchita seguirá sin rumbo. Hace unas semanas observé en televisión cómo una pobre ancianita se quejaba de que los «fondos buitre» han propiciado que en muy poco tiempo, menos de diez días, la echen de una patada de su casa segando su breve futuro de raíz. Esa mujer tan frágil, desvalida, ahogada por el turbión de la escasez, dibujaba la estampa de esa dignidad sencilla cercenada de cuajo por un mísero Poder que apoya, sin miramientos, al que más tiene y abandona a quien vive en la precariedad. España es ahora un bosque calcinado donde agonizan, inmersos entre las zarzas y los espinos de la marginación, millones de humildes familias sin aliento, ancianos con unas pensiones miserables, jóvenes sin futuro que no encuentran ninguna cálida rama en que posarse y tienen que huir en busca de otros bosques --otros países- donde la luz sea limpia y el futuro sea más benévolo que aquí, en esta nación clasista y desigual.

A veces, si miro un instante en torno a mí, observo con rabia un mundo desesperanzado, una sociedad fría, injusta e insolidaria, donde los triunfadores son aquellos que pululan, de alguna manera, en las cloacas de un Poder al servicio de las multinacionales y de los que más tienen. Desde arriba, por sistema, se ha venido premiando a los trepas y los advenedizos, los que buscan la sombra que da el ala del buitre, y no ha habido cabida para el lírico jilguero o la calandria indómita y libérrima que vuela a su aire, sin sometimiento a la ley arbitraria de las aves carroñeras que sustentan su reino en un vasto muladar que huele a ceniza, miedo y corrupción. Quienes un día lejano creímos en la revolución de carácter ideológico y soñamos durante un tiempo que era posible instalar donde hubo olvido, represión y violencia, el aroma del amor, de la concordia y la solidaridad, entendemos que aún es posible un cambio ético que siegue los sedimentos de un sistema político inane, turbio y anticuado, de carácter clasista, maléfico e inmoral, que se halla en estado de putrefacción. Los tiranos de antaño, esos que vi sobrevolar los cielos lejanos y sombríos de mi infancia, son los mismos que ahora, camuflados hábilmente bajo un plumaje sutil de aire demócrata, planean sobre el suelo de un país pulverizado por la decepción y la desesperanza. Es difícil avanzar a diario, echarse al mundo e intentar respirar un aire no contaminado por la ineptitud, la indecencia y el desdén de los buitres que vuelan sobre nuestras cabezas en ese reino de sombras y barrancos de tipo económico, político y social que, aunque a muchos les pese y se nieguen a reconocerlo, y a otros muchos nos duela y nos queme las entrañas, ha sido hasta ahora nuestro anémico país, tan falto de amor, justicia y dignidad.

* Escritor