Si juegas al fútbol, y no eres portero, no puedes utilizar las manos; si practicas el baloncesto, no puedes recurrir a los pies; si te sientas ante un tablero de ajedrez, no es posible desplazar a un caballo en diagonal como si fuera un alfil. Los ejemplos son innumerables, pero suficientes para comprender que cuando participamos en la vida política, debemos atenernos a un conjunto de reglas, de normas, en especial cuando nos hallamos en un régimen democrático, donde entre otras cosas no es posible prácticas como las de la Restauración y hacer votar a los muertos, o cualquier otro fraude entre los muchos que se dieron en aquella etapa. A lo largo del periodo contemporáneo uno de los grandes logros de la política ha residido en el sometimiento a la ley, en la obligación de regular nuestras relaciones sociales de acuerdo con lo establecido en las normas legislativas, de ahí la importancia de dotarnos de una Constitución y de todo el conjunto de leyes que de ella se derivan. Y esto es lo que algunos catalanes no han entendido, pues cuantos apoyan las iniciativas independentistas de los últimos tiempos no se han dado cuenta de que se sitúan en unas maneras de actuar propias de una etapa predemocrática, cuando se suponía que las normas se podían cambiar al antojo y la voluntad de una persona, la que ejercía el poder absoluto, mientras que ahora son un grupo, pero su voluntad contraria a los mecanismos democráticos es la misma. No obstante, la gran diferencia reside en que no es uno, sino que existe un conjunto de ciudadanos catalanes a los que no les importa saltarse las reglas de juego, porque no olvidemos que si determinados personajes pueden adoptar algunas decisiones es porque cuentan con apoyo social. (También ETA, ya felizmente desaparecida, contaba con él).

Supongo que ayer lunes Quim Torra habrá sido elegido como presidente en Cataluña, y digo supongo porque escribo en la noche del domingo y nunca puedes estar seguro de cuál pueda ser la última jugada de los independentistas, o la de la CUP. Lo que sí dejó claro el candidato en su discurso de investidura es que se trata de un hombre de paja de Puigdemont (al menos por ahora) y entre otras cosas advirtió que su «gobierno no hará autonomismo», con lo cual manifestaba algo que no cabe dentro de la normativa actual, puesto que Cataluña es una comunidad autónoma dentro del sistema establecido en el marco constitucional. Una vez más, como ya han hecho otros muchos en Cataluña, expresa su voluntad de no mantenerse en el marco de la ley, así que es probable que volvamos a empezar, es decir, que de nuevo se plantee si se debe, o no, aplicar otra vez el artículo 155. Algunos, como Rivera, no piden que se vuelva a aplicar, sino que se mantenga lo existente, algo que casa con el discurso extremista que su partido mantiene en Cataluña, bien visto en amplios sectores de la sociedad española, pero alejado de lo que debería plantear un político en democracia, pues una cosa es mantener una actitud preventiva y otra, si recurrimos a lo coloquial, poner el parche antes de la herida.

El comportamiento de los independentistas es inaceptable, pero para llegar hasta aquí ha hecho falta que surja un gran distanciamiento entre el Gobierno de España y el de Cataluña. Una vez más cabe recordar lo expresado por Niceto Alcalá-Zamora en varios de sus textos, pues cuando surgía algún conflicto con Cataluña, dice: «Bastaba una conferencia telefónica de Maciá conmigo para disipar inquietudes y restablecer la armonía»”. Y si hizo falta, Alcalá-Zamora se desplazó a Barcelona, como el 26 de abril de 1931, en una jornada apoteósica, y al día siguiente en una entrevista manifestaba que el grito que más había escuchado era el de ¡viva España! y que él había gritado con toda la fuerza de sus pulmones: ¡visca Catalunya!

* Historiador