Cuando la tierra tiembla, el caos lo inunda todo, destrucción, muertes, heridos y desconcierto por doquier, miedo a lo desconocido, a lo inesperado, por consiguiente imprevisible. Cuando ocurre una desgracia de este tipo, se declara zona catastrófica, se pide ayuda mundial y cada país ayuda de forma voluntaria en lo que necesiten, maquinaria para desescombrar, ayuda médica y económica, alimentos, etc., todo ello se lleva a cabo de forma rápida, sin necesidad de reuniones ni comisiones, para producir el mayor efecto positivo. Quizás, si los recursos económicos fuesen mejor administrados, las construcciones fueran más sólidas y las ciudades que se encuentren en zonas sísmicas se hicieran pensando en las terribles consecuencias que estas producen, podrían reducirse los estragos generados en una gran proporción. El abuso, la mala gestión, corrupción, etc., desgraciadamente traen estas consecuencias.

Pero a pesar de todo ello, la destrucción material, aunque costosa, puede reconstruirse, no así la humana. Aquí la comparación.

Desde hace ya bastante tiempo, la emigración de los países en guerra hacia Europa es masiva, huyen de la muerte programada ya sea por guerra o por persecución religiosa o política. No es algo imprevisible, se puede evitar siempre y cuando haya una fuerte decisión y voluntad política de ayuda. ¿Qué se ha hecho?, no diré nada, pero sí muy poco. Las escenas dramáticas que nos presentan la TV, se han hecho tan familiares que no nos impactan, el sufrimiento se ha vuelto rutina y hasta molesta que nos sacudan nuestra conciencia. No se puede obviar que miles, si miles, de personas están muriendo primero en su país, luego en la travesía y por ultimo hacinados como animales de forma insalubre pasando hambre, frío enfermedades etc.. Cuando las situaciones se desbordan es mucho más difícil poner remedio, pero todo esto se veía venir, podía haber sido evitado, si no en su totalidad, sí en una gran parte, y llegado a esta magnitud, la UE y países limítrofes podrían poner remedio tanto in situ, con lo que se evitaría el gran éxodo existente, como en la llegada. Estos son los mal llamados refugiados, porque no encuentran refugio ni protección en los sitios que con tantísimos esfuerzos han logrado alcanzar. Las personas que han visualizado el drama de cerca cuentan horrorizadas la situación existente: niños solos, abandonados o huérfanos están a merced de las maldades que se les presenten, familias rotas, enfermas, sin futuro claro ni oscuro. El Papa Francisco, que los visitó en Lesbos el pasado 16 de abril, contó, después de rezar el Angelus en el balcón de la plaza de San Pedro, como un hombre musulmán llorando amargamente, casado con una católica, la habían degollado delante de él por no querer apostatar de sus creencias católicas. ¡Cuánto dolor!, repetía una y otra vez el Papa.

Mucho me temo, que se va a seguir mirando para otro lado porque a los intereses económicos que mueven al mundo y en este caso a Europa, parece ser no les conviene demasiado poner fin a tanta miseria, desgracia, y maledicencia que ponzoña a esa parte de oriente medio.

* DUE