La mediocridad, la incompetencia, la vanidad y la ambición partidista son las únicas que han sabido aliarse durante los últimos cuatros meses. Sería demasiado fácil cargar a la clase política toda la culpa de su propia insolvencia. Basta asomarse a las redes sociales para sospechar que su incapacidad para formar Gobierno no difiere demasiado del desprecio por el diálogo en el que vivimos instalados. Un reflejo del hooliganismo imperante. Alimentado por una emocionalidad tan combativa como irracional. Sobrecargado de información irrelevante, irreflexiva, cuando no directamente tendenciosa. Clavados en las trincheras partidistas, abundan las adhesiones inquebrantables a la doctrina de cada uno. Cuestionar es traicionar. Son muchas las lecciones que podemos extraer de estos últimos meses. La primera, que la política no tiene edad ni condición. No es nueva ni vieja, pero sí tiene miserias y valores. Ahora nos toca juzgar qué balance de ambos ha hecho cada partido. Ojalá pudiéramos hacerlo con calma. Bastaría con decretar, desde ahora mismo, la jornada de reflexión. Sin costes de campaña, sin burdas consignas repetidas hasta la saciedad, sin agrias e inanes acusaciones mutuas, sin trolls atropellando en las redes ni visiones místicas del servicio público. Solo dos meses de silencio. Leer con calma los programas. Analizar las actitudes de cada uno. Y, después, votar con convicción... ¡Qué cosas tiene la imaginación!

* Periodista y escritora