Coincido con Convergencia i Unió y demás partidos independentistas catalanes en que la independencia de Cataluña debe ser sometida a referéndum. Una decisión de semejante magnitud para el pueblo de Cataluña y el pueblo de España merece que la democracia utilice su arma más expeditiva, el referéndum. Se trata de una decisión que influirá de forma determinante en el futuro de varios millones de personas, no sólo de los que viven en Cataluña sino de los que tienen intereses, familiares o amigos allí. De producirse la independencia, algunos residentes en Cataluña dejarán de serlo, algunas empresas cambiarán de domicilio social y reorganizarán sus estructuras, algunos funcionarios del Estado tendrían que ser reubicados... En lo que seguro que no coincido con los independentistas es en quiénes son los ciudadanos a cuya consideración debe someterse la independencia catalana.

Si los vecinos de la quinta planta de un inmueble quisieran cubrir sus terrazas y, consiguientemente, alterar la estructura del edificio, dicha decisión debería ser aprobada por toda la comunidad de vecinos y no sólo por los vecinos de la quinta planta. La independencia de Cataluña supondría una modificación sustancial de la estructura de España, tan sustancial que alteraría la forma del mapa, la población, los ingresos fiscales, el producto interior bruto... Un cambio estructural de tanta importancia debería ser sometido a la opinión de todos los ciudadanos españoles y no sólo de aquéllos que residen en Cataluña.

Como decía Sebastián Haffner, a los pueblos que se gustan demasiado a sí mismos les ocurre lo que a las personas narcisistas, resultan antipáticos a los demás. En Defying Hitler Haffner describe cómo el pueblo alemán en su inmensa mayoría siguió los designios de un dictador que puso en jaque al mundo persiguiendo el sueño disparatado de la supremacía aria. Sin que nadie se rasgue las vestiduras, la imposición lingüística del catalán que viví en primera persona cuando rechacé una oferta laboral en Barcelona años atrás, es indiscutiblemente totalitaria y persigue excluir a los ciudadanos del resto de España. Si un funcionario público español pasase dos años de su vida en Cataluña, sus hijos no tendrían más remedio que aprender catalán como si fueran a pasar en Cataluña el resto de su vida. Al cabo de esos dos años, cuando su padre obtuviera una plaza en Teruel, por ejemplo, ¿para qué les habría servido a esos niños haber estudiado dos años en catalán? Absolutamente para nada. Los que creen que el idioma catalán es un activo en sí mismo están equivocados; el catalán sólo es un activo para los que van a vivir durante un tiempo prolongado en Cataluña.

El papanatismo y la pasividad de los sucesivos gobiernos de España frente a la normalización lingüística catalana ha permitido que, por ejemplo, un catalán pueda trabajar en Extremadura sin ninguna barrera de entrada y un extremeño no pueda hacerlo del mismo modo en Cataluña. El sabotaje al idioma español en Cataluña tan real como inadmisible. En muy pocas ocasiones me ha ocurrido, en Barcelona y en Gerona, que alguien se ha dirigido a mí en catalán y al responderle yo en español ha seguido hablándome en catalán. Pese a que como cualquier español medianamente instruido entiendo razonablemente bien el catalán, mi reacción ante semejante despropósito es siempre la misma: continúo la conversación en inglés.

La sociedad española tiene demasiados problemas como para estar permanentemente bombardeada con noticias sobre Cataluña. Después de tanta información, lo mínimo que pueden hacer es preguntarnos a todos los ciudadanos españoles si queremos o no la independencia de Cataluña. Cuando Pep Guardiola habló de ese pequeño país llamado Cataluña olvidó que durante años defendió los colores de un gran país "opresor" al que Cataluña ha pertenecido siempre y que obtuvo grandes beneficios económicos por hacerlo. Cataluña no ha sido nunca un país y, desde que quiere serlo, Barcelona, su capital, es menos cosmopolita. La renuncia expresa al talento "español" ha supuesto que en los grandes hospitales catalanes las plazas de residentes ya no sean solicitadas por médicos de toda España sino sólo por médicos catalanes y las plazas para las que se necesitan peores expedientes por ciudadanos de otros países. Hace muchos años que los mejores números del MIR no eligen hospitales catalanes. Todo territorio que pone barreras al talento carece de futuro. El talento es un bien tan preciado que debe ser siempre bienvenido, venga de donde venga.

* Médico