El acceso de los menores a internet y a las redes sociales, a través de los dispositivos móviles o del ordenador, genera una razonable preocupación entre los padres, conscientes de los peligros con que pueden encontrarse y deseosos de ofrecer una protección que muchas veces se percibe como imposible. Al lado de las ventajas que ofrece, el mundo digital resulta también un territorio desconocido que genera inquietud. Las familias tienen conocimiento de la existencia de casos de ciberbullying, del acceso a contenidos sexuales, de los llamados retos suicidas o autoflagelantes, de múltiples circunstancias en las que el menor -por deseo de conocer, por falta de criterio, por emulación- está expuesto a un problema que tanto puede afectar a su desarrollo psicológico como permanecer como una lacra en su reputación futura. Las preguntas son constantes. ¿Cuándo es adecuado que tengan móvil? ¿Debemos intervenir con medidas de control y represión? ¿Qué defensas tenemos ante una situación crítica? Más allá de las lógicas acciones policiales o legales, si son necesarias, el debate se concentra en la propia familia. Para ayudar y educar en un entorno al que el menor acabará accediendo y que puede llegar a ser hostil si no entra en él con las herramientas adecuadas. No se trata de demonizar la red. La virtualidad, como el mundo real, tiene reglas que deben cumplirse y los padres han de disponer de los medios necesarios para prevenir.