No sé si tengo claro que las redes sociales sean higiénicas para la sociedad. Mejor expresado: creo que el entramado comunicativo que involucra la percepción colectiva tiene connotaciones negativas, según el grado de la conciencia del límite respecto a la propia libertad; esa distancia existente entre donde acaba la libre responsabilidad personal y comienza la del prójimo.

Hay quien aplaude al que insulta, a través de la pantalla del dispositivo tecnológico, demostrando así que su propia libertad es eventual y, además, suele estar financiada por el capricho interesado y vanidoso del insultante, repentino y violento.

Aferrados a la imagen de la manzana mordida, y a otros muchos logotipos, nos sentimos seguros, fuertes, posicionados en «tierra prometida», y hasta comprometidos con no se sabe qué causa o con qué dios; casi omnipotentes, omnipresentes y omniscientes.

Con las redes sociales se ha conseguido la inmediatez de la epístola, pero se ha perdido la esperanza, encantada e ilusionada, de la contestación con su contenido probatorio del afecto, el cariño o el amor profesado incondicionalmente. Ya no llega el cartero con la sorpresa, no se mira el buzón del correo con la cándida sonrisa producida por el lenitivo sentimental que ensancha horizontes y espiritualiza, acelerándolos, los sístoles y diástoles de un corazón a punto de eclosionar de felicidad contenida, leyendo lo escrito sobre un papel inmaculado

Y decir que las redes afectan a la libertad --personal y colectiva-- es tanto más verdad cuanto más prisionero se siente uno del rin, rin avisador o de la vibración alertadora, por eso las redes emanan esa gran capacidad de convocatoria que desbordan cualquier previsión; mueven montañas de criterios con vocación unívoca y unidireccional, pero, a su vez, minimiza la sensación cómplice del boca a boca, aumentando la impresión pasiva cuando el receptor se siente instrumentalizado, dirigido y manipulado por los vapores, a veces inasumibles, de ideas y valoraciones no compartidas al ciento por ciento. Es un arrastre obligado y silencioso que daña la propia voluntad, desazonándola sentimentalmente. Es un juego en desarrollo donde se participa con las mínimas posibilidades de triunfo personal. Todo se consume en la lectura y en un ¡pásalo! irremediable, sin solución alguna de modificación personal. ¡¡Haz lo que leas!! Se ha erigido en un griterío cotidiano, que, por habitual, anestesia el raciocinio.

Hoy las redes sociales se componen de variados versículos de una biblia jamás escrita. Es un reglamento de «perpetuidades», sin retorno posible. Ya no se entra en la dinámica, gloriosa, del conversador --con razón o sin ella-- pero con la clarísima intención de convencer reflexionando, y doblegar, didáctica y dialécticamente, el criterio adversario (jamás enemigo) con un argumento y una equidad consensuados en el ámbito de un lenguaje conciso, exacto, revelador y protagonista, infalible, del método por el cuál se rigen, y se han regido, los grandes progresos de la Humanidad.

Los dispositivos móviles son útiles, pero inertes; son imprescindibles, pero inconscientes; demuestran avances tecnológicos, pero retrotraen los sentimientos fundamentales, desconocen la ternura y la sensibilidad, sembrando y orientando una estulticia despreciativa del «saber estar». Son y están sobredimensionados.

Aunque yo transmita una impresión distinta, no soy contrario a las redes sociales, pero sí critico su exceso porque, estimo, que, a partir de él, la persona es más infeliz (menos feliz), más apocada (menos animosa) y más aborregada (menos personal y mucho menos singular).

* Gerente de empresa