La semana pasada escuché a una periodista en una tertulia radiofónica hacer una crítica a sus colegas de profesión, se preguntaba cómo era posible que el líder de Ciudadanos hubiera conseguido que toda una legión de periodistas se dirigiera a una biblioteca universitaria para consultar la tesis doctoral del presidente del Gobierno. Después siguió el ruido sobre ese asunto, con los medios de comunicación haciendo seguimiento a las palabras de Rivera, y con algunas consideraciones que escandalizan por la ignorancia que manifestaban quienes las expresaban. Y así hemos estado varios días, y me temo que habrá quien trate de estirar el asunto, porque piensan que con ello provocan el descrédito, no ya de Pedro Sánchez, sino de todo el Gobierno socialista, y para ello basta con ver la portada de ciertos diarios. Una vez más, como ha pasado en otras ocasiones en la historia de nuestro país, hay grupos que no soportan que la izquierda llegue al poder, primero tratan de quitarle legitimidad a un instrumento constitucional como la moción de censura, y luego pasan al ataque personal.

Con ser grave esta situación, lo que se ha conseguido también es que pase a segundo plano la decisión adoptada por la mayoría del Congreso de los Diputados el pasado jueves acerca de la exhumación de los restos del dictador y, sobre todo, la posición adoptada durante el debate y en la votación por Ciudadanos y por el Partido Popular. Ya sabíamos que la derecha heredera de Fraga tenía un problema a la hora de afrontar nuestra historia reciente, pero ignorábamos que también fuera el caso de un partido nuevo, que se decía llamado a traer la nueva política y la regeneración al país. Seguí el debate parlamentario aquella mañana, pensé en lo que había significado la figura de Franco para nuestro siglo XX, en cuánto atraso habíamos acumulado por culpa de una dictadura que impidió el normal desarrollo político, sociológico y cultural de España; recordé a tantos españoles exiliados que nunca pudieron volver porque fallecieron antes que el dictador, y por supuesto, repasé mentalmente los episodios de represión (física, económica y moral) que tantos ciudadanos vivieron, primero durante los tres años de contienda civil y después a lo largo de los años siguientes, porque Franco nunca olvidó que había vencido en la guerra, jamás planteó la posibilidad de una reconciliación, por eso todo su régimen fue una pura imposición, aunque haya quienes pretendan dulcificar algunas de sus etapas.

En estos días se han escuchado también palabras parecidas a estas: «Las guerras civiles nunca se han revisado. Volver atrás, es volver a la división entre los españoles». Pero esas frases son de un periódico carlista de 1959, pero por lo que se ve, para algunos articulistas, tertulianos y políticos siguen vigentes, no entienden que la historia no revisa, sino que explica, y que la división solo existe cuando aún se mantienen símbolos de exaltación de los vencedores de la guerra. No comprenden que se trata ni más ni menos que de añadirle decencia a nuestra democracia, tal y como se contiene en el texto aprobado al afirmar «que considera inaplazable poner fin a décadas de una situación impropia de un Estado democrático y de Derecho consolidado». Como ciudadano y como historiador me siento agradecido con la medida adoptada, pues se trataba de algo no solo urgente sino también necesario, y lo era por salud democrática, porque nos permite recuperar parte de nuestra dignidad, aunque siempre habrá quien no quiera verlo así y, por desgracia, solo hable de cortinas de humo. Azaña decía que estaba acostumbrado a que se le diera la razón tardíamente, estoy seguro de eso ocurrirá con la iniciativa de este gobierno y en el futuro se reconocerá el verdadero valor de la medida adoptada este septiembre de 2018.

* Historiador