Estos días auguro que serán más malditos que santos, al menos para el 27% de la población española en riesgo de pobreza o exclusión social. Los partidos políticos siguen de resaca poselectoral de las andaluzas, negociando entre ellos o tratando de reorientar su veleta para cambiar el rumbo de su estrategia de comunicación y evitar en mayo el hundimiento del Titanic en las municipales.

Más allá de la pérdida de poder y de los ascensos de los partidos, lo urgente está en el 13% de la población activa que vive bajo el umbral de la pobreza. Una de cada tres personas cobra el equivalente al salario mínimo interprofesional. Suman en torno a dos millones las que tienen un empleo pero no un final de mes. Viven en la angustiosa realidad de los números rojos, de trabajar más horas, cobrar menos y no resolver su cotidianidad. El pasado nunca vuelve, y el de ellos es ya un espejismo. Perdieron sus trabajos, dejaron la juventud y a una temprana madurez (de 40 a 55 años) apenas vislumbran un futuro mejor. Ellos y ellas son los mal llamados recuperados, los que perdieron el empleo al inicio de la crisis y durante la misma consiguieron reengancharse. ¿A qué precio? Cobran cuatro veces menos trabajando el doble y --seamos honestos-- el mileurismo lo ven como un oasis inalcanzable.

Ellos son la cara visible de esa recuperación que otros comienzan a llamar de manera gallarda y valiente como lo que es: la estabilización del desastre. Generaciones que han dejado de soñar y viven en la precariedad económica y laboral y se lamentan con la boca chica, no fuera que perdieran lo poco que recuperaron. No su dignidad ni los colores de la vida, aquella que ahora recuerdan desde el blanco y negro.

Recuperados los hay ya en todas las familias, en la suya y en la mía. Ni hay consuelo, ni por el momento remedio, mientras con ellos se siga engrosando la más que discutida bolsa de la recuperación. No se engañen ni se permitan frases como "al menos tienen trabajo", porque sería el mal consuelo de los tontos, de muchos de nuestros dirigentes que a la precariedad la llaman "nueva riqueza". Ellos, los recuperados, son los únicos que pueden pronunciarlas porque saben lo que es perderlo todo, caer en la desesperanza, en el olvido, y subsistir sin miedo. Ellos, los caídos y ahora recuperados, son nuestros valientes, los héroes y los damnificados de un mundo que comienza a respirar sin alma. Ellos sienten mucho más que nosotros el palpitar de la vida y ya han aprendido a sonreírle a la adversidad.

Ellos no se rinden, subsisten con la impotencia de ver que su insuficiente trabajo sirve para velar la cruda realidad. En España sigue el crudo invierno a pesar de la primavera, y mucho me temo que a pesar del verano.

* Periodista