Cualquier calle cercana a una escuela a las 9 de la mañana es la constatación directa de que todavía existe ese hervidero de vida lleno de algarabía, carritos, mochilas, libros, chiquillos y madres (algunos padres también) que tratan de llegar al colegio en horario aceptable. Íbamos la otra mañana para el Rectorado de la Universidad, ese edificio regionalista de tinte neomudéjar, antigua Facultad de Veterinaria, donde nos examinaron de Preu en aquellos tiempos, y nos dimos cuenta de que la vida amanecía cada mañana para el saber y la ciencia, que se siguen transmitiendo a colegiales, bachilleres y universitarios. Una zona, esta del Rectorado que Anguita quiso convertir en el Ayuntamiento de Córdoba, que mira, como reza su nomenclatura, a Medina Azahara, hacia Occidente, por donde la ciudad siempre ha crecido por propia naturaleza, como obnubilada por el lecho del Sol, y porque al final está el palacio que mandó edificar Abderramán III. Sobrecoge la morada del saber, ese edificio del Rectorado, que se asienta sobre un anfiteatro romano que fue el mayor de todo el imperio hasta la construcción de los coliseos de Roma y Cartago. Al lado, en los Jardines de Juan Carlos I, que bien podían llamarse de la Veterinaria, jubilados de Ciudad Jardín toman el sol mañanero, jóvenes muchachas de Sudamérica cuidan de mayores de escasa movilidad y madres primerizas pasean en sus carrillos a recién nacidos en este lugar al que, en tiempos de los romanos, acudían entre treinta y cincuenta mil cordobeses a ver luchar a los gladiadores, a los que luego enterraban por esta zona. La vida puede contemplarse cada mañana, todavía, por estos lares por los que anduvieron romanos y árabes de colonias patricias, califatos y taifas. Más allá, tras las murallas de la Puerta de Almodóvar, donde ahora a los turistas los han dejado casi sin veladores, los judíos rezaban en su sinagoga. Desde este edificio del Rectorado de Córdoba, donde se trabaja con los saberes, el pensamiento se ha ido por la historia de la ciudad, que desde que tenemos noticia siempre estuvo habitada por las generaciones de notables viajeros que aquí se asentaron. Mirando su historia ¿qué nacionalismo construiría una Córdoba con empeño independentista? ¿Se haría tartesia, romana, visigoda, árabe, judía o cristiana? Lo de Cataluña es casi imposible apartarlo de la mente, a lo que contribuye la rapidez de pensamiento de las redes sociales.

Desde el Rectorado, donde se asientan el saber, la historia y la ciencia, se percibe que Córdoba seguiría con su empeño de llevar a sus chiquillos, motrilones y jovenzuelos a la escuela, el instituto y la universidad para aprender el mundo, ese espacio abierto sin las fronteras ni las banderas coercitivas que definen al nacionalismo excluyente.