El 28 de agosto, Córdoba recordará siempre a Manolete. Sus amigos se acercan hasta su tumba con un puñado de flores y de emociones. Los periódicos le dedicarán algún espacio, aunque sea breve, como eco de aquella noticia cuyo impacto dio la vuelta al mundo, con la imágenes imborrables de Canito, aunque este año ya no está entre nosotros. La cámara de Canito, el gran reportero gráfico de los ruedos, recogió para siempre la cogida de Manolete en la plaza de toros de Linares, su gesto de dolor en el rostro, el apresuramiento azaroso de sus compañeros para trasladarle a la enfermería, así como la última imagen, la del último pase que dio el torero en su vida. Canito nos contó mil veces sus vivencias de aquella tarde: “Enseguida supe que había sido una cornada grave. Sonó en toda la plaza como si alguien hubiese partido una tabla. El problema fue que Manolete era una persona muy honrada. Y echó el resto. Mató con la suerte contraria. Ese fue su error. Mató al toro saliendo para fuera. En caso de haberlo hecho de suerte natural, el toro se hubiese ido hacia los medios, pero hizo lo que tenía que hacer en tal caso: girar el pitón y metérselo en la ingle. Sonó como si hubiesen partido un madero. Un crac que nos dejó a todos de piedra. Él gritó: ‘¡Ay, ay!’. El toro saltó por encima y se fue a morir a la puerta de chiqueros. Lo viví todo desde la barrera, desde donde hago las fotos. Ví la cogida a seis o siete metros de distancia. En el callejón, como siempre. Con Camará y otros, comentando la corrida. Estabamos diciendo que el toro, tal y como estaba entrando al capote, lo podía coger. No sé qué le pasaba aquel día. Estaba el hombre con alguna preocupación en la cabeza porque una figura máxima del toreo no puede equivocarse de esa manera”. La descripción exhaustiva de Canito pone los pelos de punta. La cogida y la muerte de Manolete llegaron a la entraña viva de Córdoba, que, desde aquellos momentos trágicos, se volcó en cataratas de afectos, recuerdos, alabanzas, monumentos y cantos encendidos. Rafael Soria Molina, sobrino de Manolete y extorero, ha dejado también muchas pinceladas sobra la mítica figura: “Mi tío era una persona que reunía unas cualidades fuera de lo normal. Era un elegido. Tenía un gran tesón. Y un concepto de la vida muy especial. Su semblante era serio, pero cuando estábamos solos comiendo, en casa, le gustaba a él que le contásemos chascarrillos y confidencias. Hizo muchas obras de caridad. Lo que pasa es que no se enteraba nadie. Él creó su escuela. Manolete tenía en la mente su concepto de lo que era torear y lo llevó a cabo. A casi todos los toros, a casi todos, que es difícil, les hacía la faena que llevaba en la cabeza. Le costó mucho trabajo entender al toro. Manolete perfeccionó el arte del toreo Y eso sí que es difícil”. Cada 28 de agosto, Córdoba le recuerda, evoca su semblanza, visita su tumba, y le deja el beso de las flores, el abrazo de un afecto que quizás no le tributó en vida. Acaso porque esperaba ese último valor, esa última entrega hasta encontrar la muerte.

* Sacerdote y periodista