No hace mucho acudí a Barcelona para defender un juicio que estaba señalado para diez días pero que debería durar una mañana. Pero como algunos juicios son como algunos partidos de fútbol, en los últimos momentos la conformidad devino imposible y tuve que quedarme allí los diez días con mi claro disgusto porque la minuta no daba ni para un día y más bien acudir a defender ese pleito fue una cuestión de ética profesional, esa raza que demostramos la mayoría que no somos ricos todos los días. Aquel contratiempo tenía que aprovecharlo para bien y al final conocí la amabilidad y hospitalidad de los catalanes. Fueron dos semanas tan bonitas y conviví con tantas personas con tantos valores que llegué a la conclusión de que Cataluña no puede ser independentista porque el nivel cultural medio es demasiado alto para que caiga en fanatismos patrióticos. Sin embargo muchas veces los pueblos cultos son leales a sus gobiernos porque creen que son un reflejo de ellos mismos y así se dejan llevar por líderes con apariencia sencilla y laboralmente incansable. Pero una vez que se ha evidenciado que la lucha por la independencia catalana no tiene nada de épica ni ética sino que se trata de montaje teatral para distraer operaciones oscuras de guante blanco, los catalanes deben reaccionar y suspender a gritos en protestas callejeras el proceso soberanista. No porque estén en contra, sino para dejar claro que las dignidades y verdades de la gente son intocables y en democracia es el pueblo el dueño de la historia. Tanto que puede rebobinarla.

* Abogado