Desde hace más de ocho meses estamos asistiendo a un auténtico reality político, que ya empezó con campañas electorales en las que los líderes políticos aparecían en los programas de televisión de más audiencia para acercarse al ciudadano hablando con muñecos, encestando, cantando o bailando; debates electorales que se presentaban como nuevos formatos nunca vistos y donde eran más de lo mismo. Y continuamos con semanas interminables en los que día a día, minuto a minuto, se retransmite en televisión, como una telerrealidad política, y también en prensa y radio, la opinión, comentario, decisión, manifestación, del político de turno, con ruedas de prensa imprevistas, con comparecencias solemnes, con negociaciones condicionadas; todo ello como si de un «gran hermano político» se tratara, en el que todos estarían nominados. No recuerdo legislaturas anteriores a estas dos últimas, en las que la investidura del candidato a presidente fuera tan problemática y se retransmitiera tanto, pues las negociaciones entre los partidos, antes, eran discretas y estos se comportaban y mantenían las formas. Ahora no, no sé si por el interés personalista y partidista de alguno o por la irrupción de los partidos emergentes que hace que todo haya cambiado, incluso la posibilidad de celebrarse el número de elecciones que sea necesario para que salga lo que a uno le conviene. Todos y cada uno de ellos, con los tiempos, con las negativas sistemáticas, con las condiciones, con los populismos, han contribuido a este show político bochornoso que es necesario que acabe ya.

Además, para causar presión, ganar tiempo, dificultar las cosas, cada decisión u opinión que ha tomado el líder político de cualesquiera de las cuatro formaciones principales lo ha consultado con su ejecutiva o las bases. Así lo han hecho PP y Ciudadanos para firmar el pacto de investidura seguido puntualmente por todos los medios, y también PSOE y Unidos-Podemos para mantener su posición negativa. Y todo ello, seguido mediáticamente al segundo, con dimes y diretes de portavoces, de comentaristas y de analistas políticos. Una saturación que crea además de hartura y cansancio inseguridad política.

Pero la paradoja de todo este reality, y de lo que nadie dice nada, es que ni la ejecutiva ni las bases de esos partidos son los que votan la investidura del candidato a la Presidencia del Gobierno; pues quienes votan en la investidura son los 350 diputados elegidos en las últimas elecciones generales por los ciudadanos. Esos diputados que han salido elegidos con nuestros votos, que tienen la representación de los ciudadanos y que dentro del Congreso ya forman grupos parlamentarios, son los que tenían o tienen que negociar, y sin embargo, no se ha contado con ellos. Todos los partidos sin excepción, se llenan la boca hablando de la voluntad popular, de lo que los ciudadanos han decidido con su voto, pero no los tienen en cuenta en la investidura, primando la organización del partido sobre la decisión de los ciudadanos.

Esos 350 diputados, con su voto personal e indelegable, son los que decidirán si Rajoy es o no presidente del Gobierno. Y entre ellos, nuestros representantes cordobeses elegidos en las últimas elecciones: los dos diputados del PP, los dos del PSOE, uno de Ciudadanos y otro de Podemos, serán los que en nuestro nombre votarán en la investidura del candidato a presidente del Gobierno; ellos personalmente y bajo su responsabilidad contribuirán o no a que España tenga Gobierno. Luego, vendrá la aprobación de leyes y políticas necesarias para la estabilidad, desarrollo y progreso del país, pero basta ya de tanto reality político, que los protagonistas somos los ciudadanos.

* Abogada