Vivimos la expresión de un sueño inútil, con su lenta paciencia. Comienza el nuevo año y las sensaciones son las mismas, con su peso de rostros enlatados en la televisión. Ahora resulta que Íñigo Errejón quiere retomar su discurso más duro y que Mariano Rajoy, frente al informe del Consejo de Estado sobre el accidente del Yak-42 y la responsabilidad de Federico Trillo, mientras anda «a toda velocidad» -en realidad, también responde de la misma forma- afirma que «aquello ya está sustanciado y sucedió hace muchísimo tiempo». La sensibilidad de las familias, su derecho legítimo a indagar qué pasó realmente, y hasta dónde alcanza la responsabilidad del ex ministro de defensa, y su indignación ante la posibilidad de que siga ocupando cargos públicos tan golosos como la embajada española en Londres, parece no alcanzar al presidente, como si no entendiera, o no quisiera entender, que el tiempo no apacigua la hondura de la herida para 62 familias españolas. O sea: más de lo mismo, en una orilla y en otra del mapa político -suponiendo que tengamos, todavía, una cartografía del desastre-, mientras el PSOE anda buscándose a sí mismo, entre el populismo andaluz y el aparente vacío exterior. Es decir: seguimos como estábamos, por si algún cándido pensaba que verdaderamente algo podía cambiar con la sucesión de dígitos. Este 2017 comienza como acabó el 2016: en un limbo político, en una suerte de balsa que se estira y se aploma en un discurso que sólo tiene ruido, porque ya ni la pura demagogia se estila por aquí. Nunca habría pensado que era posible echar en falta eso, la pura demagogia, pero al menos supone un planteamiento previo: voy a tomar un argumento y lo voy a retorcer tendenciosamente, voy a hacerlo girar sobre sí mismo para extraer su fondo de verdad y convertirlo en una especie de usura de la realidad, en un replanteamiento que se ajuste a lo que todos quieren escuchar, aunque no sea cierto: construcción retórica, en suma, de la que ahora adolecemos, en esta era del puro titular, del puro insulto, del puro descalabro del vecino, difama que algo queda, destruye, sin piedad, y no quedará nada.

Mientras, el mundo sigue, como en la película maldita de Fernando Fernán-Gómez, extraviada entre calles raspantes de posguerra, con el frío y el hambre rasgando la garganta. Mientras, la máquina febril de noticias cambiantes continua cayendo sobre nuestras cabezas, pero aquí seguimos contemplando la política patria en clave nacional. No somos los únicos: en la mayoría de los países, por no decir en todos, a los que uno puede viajar, la actualidad se mide, verdaderamente, en parámetros nacionales. No somos mejores ni peores, en ese sentido, que Estados Unidos o Francia, por poner dos ejemplos cercanos en nuestra percepción cultural, pero también distantes. Sin embargo, cada vez que escucho a Pablo Iglesias o a Irene Montero aullar contra Íñigo Errejón y sus afines, destruyendo el sueño colectivo de que una alternativa popular pudiera articularse políticamente, tengo la impresión de que tampoco la nueva política, como decidieron denominarse a sí mismos, ha entendido las claves del tiempo que vivimos, que pisamos airados sin un aire de época, porque nos va quemando las plantas cada vez más perdidas de los pies, con los pasos difusos. España no es sólo España, sino un conglomerado de posibilidades en Europa y el mundo. Ya no se puede pensar no sólo en el futuro, sino en el día de hoy, sin contemplar la crisis de los refugiados, la catástrofe en Siria y el vergonzoso pacto de Turquía con la UE. Eso, por decir algo, por quedarnos en el desmantelamiento de Erdogan de régimen laico de libertades, con separación Iglesia-Estado que fundara Ataürk, con un ejército turco que se sabía garante de la democracia, frente a los avances invasivos del poder religioso. Pero si miramos hacia el Mediterráneo, el asunto es el mismo: ¿cómo contemplar nuestra política desde un aislacionismo de la realidad? ¿Cómo seguir mirando hacia el presente, y hacia el futuro más aún, sin entender que somos una pieza en un cuerpo más grande, desestructurado, sí, con muchas grietas, pero un cuerpo al fin que también sufre en su extremo más débil? Ya sé que todo esto se dice en los discursos institucionales: tenemos que luchar unidos contra el terrorismo, y tal. Pero pasa con la imprescindible concienciación del hecho internacional en la política patria lo mismo que con las políticas de género, el terrorismo contra las mujeres o la ecología: se nombran, pero no se hacen.

* Escritor