En estos días he bajado al río; cruzado el puente me he acomodado junto al molino de San Antonio. La gorga de su azuda ya no remolinea con fuerza; apenas forma el agua un remolino de ocres paredes porque se ha transformado en un remolino regular y tranquilo, casi inmóvil. No tiene fuerza para aspirar una hoja seca ni una brizna de enea. Apenas se oye rumor de cascada y la corriente avanza entre cascojos hacia los brazos cenagosos que se forman aguas abajo del molino. Desde éste no se distingue absolutamente nada sino ratas alborotadas porque los días de la semana última de la campaña electoral una cuadrilla de obreros intentaba limpiar el cenagal de plantas exóticas. La gorga no quiere morir pero si no dragan el río terminará feneciendo y no se oirá su monótono fragor ni su ruido suave y fresco. El agua todavía empuja y rellena el estanque natural, formado a los pies de la Calahorra, para que allí jugueteen cada vez más patos. Ya el agua no deja agujeros sino ciénagas donde las tencas disfrutan si las ratas las dejan. Dicen que han visto una nutria. Si se desarrollan, será como la peste para percas, black-bass y tencas. Las nutrias son una puerca ralea de hambronas, peores que zorras que dejarán asolado este cenagoso río.

Cuando yo vivía en el Campo de la Verdad veía a los pacientes pescadores alzar en sus cañas percas cuero, róbalos de río, carpas melánicas pero apenas tencas porque el cieno no se acumulaba. Ya nadie habla de las percas devoradoras sino de las garcillas voladoras, ni de los mochuelos voladores y de sus agrios lamentos a la entrada de la noche; pero tampoco se atreven a estudiar el enjambre de ratas que te pueden devorar si osas poner tus pies en el río.

Hay una charca triangular entre la torre de la Calahorra y el molino de San Antonio, que todavía no es cenagosa porque las aguas aún se mueven en vagas y lentas oscilaciones. La charca será una ciénaga cuando la gorga tenga un sonido de agua que castañetea en lugar de precipitarse con fuerza. Será pronto una lámina de un amarillo sucio al que ni los patos se atreverán a entrar.

¿Dónde encontrarás alguna carpa de piel leonada con escamas doradas a lo largo de sus flancos como antaño? ¡A pesar del mucho cieno ni las tencas de verde sombrío y suntuoso pueden gotear el limo de su refugio ante el ejército de ratas que vive en los Sotos de la Albolafia! ¡Ya no hay peces de vientre blanco graso que osen merodear por esta agua, porque son pasto de la muta de ratas!

No se puede tener el placer de coger con la mano una perca redonda, de esmaltes centelleantes, que erizaba la armadura de espina de sus lomos, y luego lanzarla a la cubeta. Ni hay cañas de pescar ni salabres de seda porque los peces mueren por el limo que los mata de asfixia letal. No hay carpas que bostecen aunque estuvieran llenas de suciedad; no hay sino ratas y un sotobosque como Satanás, que se yergue de su insensible magullamiento de la última riada, ganador cada año en su lucha repetitiva con las crecidas. No verás más una perca monstruosa de pesados y blandos saltos.

En los Sotos de la Albolafia solo hay huellas sinuosas y sucias, extensión gris y desolada. No hay lugar a donde acudan los lomos de los peces para apretujarse en su confuso cabrilleo. No hay peces en los sotos que sean capaces de abrir en el agua un surco porque serán devorados por las ratas. No veré más en la cubeta el chasquear de los labios redondos de una black-bass ni la luz de sus escamas metálicas ni su respirar seco, rítmico y suave. En los sotos solo hay ciénaga de fango líquido, aguazal pastoso a través del cual no se puede distinguir nada. Si osas entrar en los Sotos saldrás pegajoso y resoplando como animal cazado.

* Catedrático emérito de la

Universidad de Córdoba