Todos los movimientos secesionistas tienen sus momentos gruesos, dramáticos, esas otras cloacas que ventean las idílicas alas de la emancipación. Así gustaría significarse la otra parte contratante, sin que los pomposos eufemismos puedan evitar las víctimas colaterales. El atentado del hotel Rey David del año 46 causó 92 muertos y abrió la puerta a la creación del Estado de Israel. Aquí, el victimismo asentado allende del Ebro sabe que la sangre que se trafica en esta opereta es de tramoya, un colorante que en su momento se pulsará para hacerse histriónicamente el muerto. Muchos serían los que querrían ver los sacos de arena amontonados junto al barcelonés hotel Capitol, y el bigotillo de Orwell lampando en aquel chusco fratricidio entre el POUM, los anarquistas y los troskistas.

Hoy el rubor no llega por el remordimiento de las armas, sino por la incomodidad del aspaviento. Cataluña es una tierra que supuestamente se abanderó hace tiempo al estilismo y al diseño, y muchos de los corifeos que se maquiavelan al fin y a la causa, no pueden dejar de tener ardores por esa escenografía continua que, en el fondo, no deja de parodiar la estética de unos ejercicios espirituales o el básico guion de un fuego de campamento. No hay mayor vade retro para el cinismo que este ludismo párvulo. Los resabiados pueden saborear el pimpampum con el Estado, pero difícilmente soportarán la urticaria de hacer un corro con infantes y charnegos sin visito que se han vuelto más papistas que el Papa; soltando globos, palomas, butifarras, o lo que se tercie. Da un tanto grima considerarse élite y compartir los sudores del gentío.

Por eso no sabemos cuánto tiempo soportarán los Divinos adherirse a una algarabía continua, porque encima de mis convicciones está mi contenida prepotencia. Después de enésimas cadenas de manos; después de desplazar la flecha del twister por la Diagonal; después de hacer de las 17:14 su hora bruja --escondiendo ladinamente que el apoyo al archiduque de Austria era incluso más retrógrado que la apuesta hacia el Borbón--, la última perfomance de los independentistas se ha situado en cuatro columnas hipóstilas, allí donde el bisabuelo de nuestro Rey inauguró las fuentes de Montjuic. E irrumpe Guardiola en una especie de atrezzo eurovisivo de Betty Missiego --niños y urnas en lugar de rosas--. Las columnas podían presentarse, reminiscentes, como una evocación del Bajo Egipto. El entrenador del Manchester City es un Moisés metrosexual que advierte al faraón a que libere a su pueblo, por mor de soltar las plagas de Egipto. Al fin y al cabo, la imaginería es un acto de fe, un penúltimo recurso cuando la ley y la razón se antojan incómodas a sus propósitos. Es la misma trilera espiritualidad a la que apela un hijo del ex Honorable, entendiendo que Jordi Pujol es un exiliado en su propio país, como el Dalai Lama. Un marinero en tierra, vamos.

El Proceso podría empezar a desinflarse cuando a los Divinos les exigiesen un plus de implicación, estrechando el pan con tumaca a los manteros del Maresme, como un particular lavatorio de los pies. Y para expiar sus pecados, que empezase mismamente la señora Ferrusola.

Y si Guardiola matonea con la Tierra Prometida, adivinen quién es Ramsés: Rajoy con majestuosa perilla y los atributos de los dos Egiptos. Hay que reconocer que es terriblemente hierático. Quizá esa exasperación sea nuestra plaga.

* Abogado