Menos de 48 horas le ha durado a Mariano Rajoy el inmovilismo de su rueda de prensa del lunes. De la versión conformista de que la sacudida electoral que ha vivido el PP se debía a las cosas que pasan cuando uno hace lo que tiene que hacer , el presidente del Gobierno dio ayer muestras de haber recibido el mensaje de las urnas. Más que por iniciativa propia, el cambio tiene todas las trazas de venir dictado por los movimientos internos en su partido. Son ya unos cuantos los barones y dirigentes locales que, visto que no van a repetir en el cargo, han tomado la iniciativa y anunciado la retirada.

Hay demasiado malestar, sufrimiento e indignación en la sociedad como para conformarse con que lo ocurrido es solo un traspié y con que, además, al tradicional adversario tampoco le ha ido bien. La ola de cambio puede que no haya hecho más que empezar, y que muchos temerosos el domingo decidan dar el salto en invierno. Rajoy no puede apostarlo todo a una mejora económica que solo se vive en los parquets de las bolsas y en los balances de las grandes empresas. El martes se conocía el escalofriante panorama social que dibuja el INE. Cruz Roja y Cáritas no paran de recordarlo: la crisis ha abierto una brecha social estremecedora. O cambiamos o cerraremos el ciclo con un retroceso de décadas. Vivimos una crisis económica y social, pero también política e institucional. Los partidos están deslegitimados, la corrupción lo emponzoña todo, el marco constitucional es un corsé y no un espacio de encuentro.