Nuestro ya más que estimable periodo democrático nos ha demostrado que los triunfos electorales se obtienen en el centro: el partido o coalición que se adueñe del favor del moderado gana. El primer partido que descubrió la fórmula fue el PSOE, y Felipe González renunció al marxismo como fuente informadora principal de su ideario. Con posterioridad, el PP, que venía del vientre mismo del franquismo, se adornó de modernidad de tal forma que su principal líder, Aznar, se declaró lector de Cernuda, defensor de García Lorca y protector de un anciano Alberti. Los nacionalistas, aún sin abandonar sus exabrutos independentistas, se adaptaron al moderantismo liberal como la piel de cabritilla a la mano de la princesa. Los partidos que no orillaron del todo el lenguaje de acero en sus discursos (extrema derecha, IU, Bloque Gallego etc.) han vivido casi tres décadas poco menos que a rastras.

Pero todo esto cambia. Aznar, por extremista, y Zapatero por complaciente, ayudan a avivar la hoguera catalana (ERC pasa de dos a 19 diputados en pocos años), y luego la crisis económica lleva hasta las plazas de nuestras grandes ciudades a centenares de indignados que, organizados políticamente luego, se quedan con los ayuntamientos mayores. Así pues, los únicos que ganan en los últimos tiempos son los discursos radicales y regeneracionistas (Ciudadanos), mientras que el PP se da el batacazo y los socialistas "haciendo todos los deberes" continúan en el agujero que les legó Rubalcaba.

No es de extrañar, por tanto, que se celebren episodios tan tontos como el triunfo de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista inglés, pues se trata sólo de un socialista antiguo que aquí podríamos equipararlo a un Paco Bustelo, aquel profesor que se enfrentó a Felipe González defendiendo el marxismo y las viejas políticas socialistas. El PP también está advertido de la marea dominante (es seguro que Arriola sigue en la brega escondido) y hace a vela y vapor. El mismo día que designa candidato para Cataluña a Albiol, un derechón, acepta todos los refugiados que les adjudique Bruselas. Claro que si mañana tiene que sacar pecho por las bendiciones que trajo para Europa la valla de Melilla lo hará de mil amores. El único partido que se reafirma en su centralidad socialdemócrata (algunos politólogos la llama centralidad pánfila) es el PSOE. Su discurso es reconocible aunque bastante inane, no pincha como las concertinas del PP, ni los arrebatos anticorrupción de Podemos.

Hay que anotar, no obstante, que en esta materia no somos diferentes a otros países europeos. El cocedero político del continente es tal que Merkel sufre en su país por blanda y hasta puede que veamos a Sarkozy pasear por Versalles de nuevo. Los húngaros hacen lo que le peta y el joven Rienzi se diluye en Italia como tantos de sus fromagos en las pizzas.

No, el centro no está de moda. Demasiada gente está por el volantazo aunque le dé miedo. Estemos atentos a los resultados de las catalanas. A pesar de que el gobierno está influyendo en todos los frentes imaginables para que los amenacen con todas las plagas bíblicas si dan la mano a los de "Junts pel si", es seguro que habrá legiones de catalanes que aceptarán que les caiga ese aceite hirviendo "que vierten las murallas castellanas".

* Periodista