Cada año, a medida que se acerca el 8 de marzo, Día de la Mujer Trabajadora -aunque en los últimos años se prefería decir mujer a secas, para que las que trabajan en el hogar no se sintieran olvidadas-, en torno a esa fecha, decía, se empiezan a lanzar estadísticas y resultados de informes que, en resumidas cuentas, vienen a mostrar dos cosas: el lento pero imparable ascenso de la mujer en esa larga y empinada escalera que es el mundo laboral y los muchos peldaños que le quedan aún por subir.

Este periódico desplegaba en su suplemento Uconiversitas de ayer el mapa de la ciencia en Córdoba desde la perspectiva de género, y lo hacía con una visión esperanzada, al recoger que, según el último informe de evaluación del primer Plan de Igualdad de la UCO, se ha conseguido tanto promover la investigación de género en todos los ámbitos del conocimiento como incentivar la participación femenina en la investigación. Un total de 45 de los grupos a ella dedicados están dirigidos por mujeres, lo que supone un 21,5% de los más de 200 equipos registrados en el Plan Andaluz de Investigación. Y en cuanto a catedráticas, mientras en el 2007 suponían el 10,5% de los puestos en esta categoría, diez años después las mujeres han doblado su presencia en las cátedras, de modo que se ha pasado de tener 15 a 44 en el 2017.

Bien está, aunque seguro que podría estar mejor. Mujeres científicas, o de letras, no faltan ni les faltan méritos para acceder al máximo nivel profesional. Pero lo cierto es que, salvo excepciones -ampliamente divulgadas, para elevar la anécdota a categoría-, en todas las profesiones los puestos más importantes los siguen copando los hombres. Y la brecha salarial de género continúa siendo una realidad palpable, hasta el punto de que España es el sexto país de la UE con la mayor diferencia en el sueldo entre hombres y mujeres que ocupan el mismo puesto, según datos de Eurostat publicados el pasado año.

A veces surgen intentos bienintencionados de romper la tendencia, como esa propuesta del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad para poner en marcha un programa piloto de currículum ciego, es decir, que la trayectoria del aspirante a un puesto de trabajo sea anónima, sin foto ni nombre, a ver si así se lucha contra la discriminación laboral y deja de haber empresarios que rechacen dar empleo a una mujer por temor a que se quede embarazada. Sin embargo la medida, que iría también contra la discriminación por raza, origen o religión, no convence a casi nadie, puesto que, aseguran los críticos, aunque el currículum anónimo no contenga información que pueda conducir a una interpretación sesgada, detrás de él hay una entrevista personal en la que los candidatos quedan perfectamente retratados. Lo importante, añaden, sería incidir en los convenios y las empresas, así como introducir las cuotas de género en las mismas, Es decir, que habría que ir más allá y buscar un trato más igualitario en los procesos de selección y erradicar preguntas hacia la aspirante del tipo de si tiene pareja o si entra en sus planes tener hijos. La igualdad, en fin, sigue siendo una quimera, aunque todos los buenos pasos se agradecen.