Ni me tengo por mal lector ni por cobarde a la hora de afrontar un texto, creo que en contadísimas ocasiones he dejado un libro sin terminar, y hasta a los que no me gustaban les di siempre la oportunidad --casi hasta el final-- de ser mi amigo. De este modo, postergué muchas veces la lectura del Quijote a pesar de que leí capítulos sueltos y de que, desde mi infancia, lo retomé muchas veces. Pero me resultaba difícil avanzar, no estaba preparado para su lenguaje, aunque yo sabía que aquello me iba a gustar. En la universidad le hice trampas, no me lo leí y aprobé con notable (espero que Angelina Costa no se entere). Fue más tarde cuando al fin disfruté con el famoso hidalgo, mi elección del momento fue la acertada. Ahora la Real Academia Española ha publicado la adaptación que quizás me hubiera servido en mis tiempos escolares. Algunos han criticado esta iniciativa que se venía demorando desde una Real Orden de 1912, porque ya entonces se entendía que la perpetuidad del monumento literario, y su aceptación, pasan por algo tan simple como el que la gente pueda leerlo y disfrutar. No teman, no se ha adaptado al lenguaje moderno sino que únicamente se le ha despojado de lo más intrincado y de escasos momentos que enrevesaban la trama; no olvidemos que la nueva versión va dirigida al público escolar. Desde siempre en colegios e institutos hemos leído clásicos adaptados que luego nos animaron a seguir leyendo, nadie se rasgue, pues, las vestiduras. Porque, con la mano en el corazón, ¿usted ha leído el Quijote? Y si la respuesta es no, ¿a qué se debió?

* Profesor