No me entero. Si surge una alerta alimentaria porque hay dos fresas en las que se ha detectado una bacteria patógena, se lía la de Dios es Cristo en toda Europa. Si uno solo de los 10.000 artículos de una marca textil resulta que tiene una cinta de un tejido que puede ser inflamable, su castigo en ventas será brutal y si cunde la noticia de que la batería de un juguete puede dar problema en uno de cada 10 millones de casos, el follón que se forma es fino.

Y no está mal que el ciudadano-consumidor (cada vez más consumidor que ciudadano, y así nos va) esté atento y haga valer sus derechos en todos los campos. Últimamente, incluso, ante la todopoderosa banca. ¡A ver quién discutía un quítame unas cláusulas hace unos años!

Ya digo: solo puedo alabar esa concienciación del consumidor actual e incluso su celo. Mil veces es mejor pasarse por exceso que por defecto cuando hablamos de salud, calidad en el comercio, respeto...

Lo que no entiendo es qué nos está pasando las últimas décadas con un producto de consumo tan vital como es la información. Nos tragamos sin discernir lo más mínimo toda la basura del mundo, todos los bulos de internet, leyendas urbanas rebotadas viralmente por terroristas de lo banal, mensajes populistas de los que quieren reinventar la prensa y la objetividad y lo primero que hacen es pasarse por el forro del titular cualquier ética. Lo del enfrentamiento de Trump con la más que rigurosa prensa de EEUU no tiene nombre. Sé que como periodista, que estudió y trabajó para dar un producto informativo digno, barro para casa. Pero no se trata de corporativismo, Tampoco de pedir más normas. Es solo una llamada al consumidor, a usted, para que exija calidad en la información y el respeto al que tiene derecho con un producto que no solo alimenta (la mente y el espíritu), sino que le hace más libre a usted y a todos.

Y desconfíe de los que quieren que usted no pueda buscar, comparar y quedarse con la información de más calidad que considere oportuna.

Sencillamente, esos no quieren que usted sea libre.