No hace mucho, paseaba por un jardín cercano. Intencionadamente, pedí permiso para sentarme en un banco donde dos ancianos hablaban acalorados. Sí, señora cabemos todos. Los pobres ocupamos poco, dijo uno de ellos. Aquí pasamos el rato --añadió--, tratando de arreglar el mundo con las cosas que pasan. ¿Y de qué va el tema hoy? --pregunté--. ¿Usted se cree, señora, que es justo lo que le ha pasado a mi hermano que en paz descanse?, me contestó uno de ellos. Aquí se lo contaba al amigo, pues na que después de trabajar como un burro toda la vida y de los gastos que han tenido los hijos con su larga enfermedad, a su muerte y cuando creían las criaturas que iban a heredar el pisito que tanto les había costado pagar, me decía mi sobrino que no tenían dinero para pagar no sé qué cosa y que no sabían qué hacer. ¿Usted se cree? El otro hombre callaba, se limpiaba la nariz y me miraba. Me sentí mal, como si la responsable fuera yo, como si estuviera traicionando a mi gente, me sentí triste y decepcionada conmigo misma, porque Andalucía ha dado pasos gigantes en el progreso, pero ¿y esto? Una frase de Denis Waitley, reconocido autor estadounidense dice: «Existen principalmente dos decisiones que uno debe tomar en la vida: aceptar las cosas como están o aceptar la responsabilidad para cambiarlas». Es cierto que mi lucha por el cambio ha ido siempre en la dirección de educación y cultura, pero hay más cosas que esperaba que arreglaran los demás, aceptando, en mayor o menor conformidad, lo que había, lo que hay. No, no es justo -dije al fin- y sé de qué hablan. Se refieren al impuesto de sucesiones... ¿Y eso que leche es?, dijo el hombre afectado. Pues, eso, un impuesto. Y me alejé con el propósito de reivindicar, al menos, la suspensión de dicho impuesto, porque, si es verdad que caminamos, asumamos la responsabilidad que nos toque...

* Maestra y escritora