Entre los debates que retroalimentan al pernicioso círculo de hablar siempre de lo mismo para no resolver nada se encuentra el asunto del turismo de congresos, de la capacidad de la ciudad para atraer y facilitar la organización de eventos desde el exterior para generar flujo de visitantes y estancias.

Si así lo hicieran algunos, deberían estar apabullados porque más allá de la nada afortunada gestión pública del tema, la actuación privada tampoco es para ponerla en el marco de las excelencias.

Culpar a la Administración de que el Palacio de Congresos de la calle Torrijos está cerrado porque una empresa se ha enrocado en no renunciar a una obra que tiene parada no es justo.

Culpar a la Administración de que no existe un recinto expositivo de grandes dimensiones y que el que se prepara no se está comercializando, cuando las ferias se programan con años de adelanto, ni se sabe cuándo estará operativo tampoco es justo.

Antes de todo eso, con el elemento de cierto que tienen ambas afirmaciones, hay que ver qué se ha hecho desde el ámbito de lo privado para hacer valer las potencialidades que Córdoba tienen como ciudad nuclear y estratégica para este tipo de negocio.

Al referirme a lo que se ha hecho no aludo a aprovecharse de las vacas gordas, que así casi cualquiera gana dinero. Ni tampoco me dirijo a apoyar maqueta tras maqueta, algunas de ellas realmente hilarantes, gestor público tras gestor público. Ni tampoco quiero dejar sobre la mesa el aplaudir ocurrencia tras ocurrencia, como ponerse en plena crisis a remodelar Torrijos para eventos a los que Córdoba no aspira por motivos distintos a la capacidad de un salón de reuniones.

Que la política turística de Córdoba, si es que la ha habido, ha sigo vaga y dirigida a mantener un estatus de nivel social dominante en el interior de la ciudad y no a ser un elemento de generación de empleo y riqueza para la misma es absolutamente claro.

En ello, aparte de sus responsables directos, hay unos responsables añadidos, aquellos que desde lo privado se han acercado con la palmadita en la espalda a intentar beneficiarse de la ola sin haber hecho para montarse en la tabla de surf, más allá que agarrarse a ella para no tener que esforzarse mucho.

Como todo buen círculo vicioso, este tema tiene sus gurús, que repiten una y otra vez el argumento que sea necesario para echar la culpa a cualquiera que no sea uno mismo y, por supuesto, a la Administración.

No es que la Administración sea ejemplo de las cosas bien hechas en Córdoba precisamente en este campo. Más al contrario, la retahíla de traspiés que unos y otros, sin distinción de colores ni ubicaciones, han dado y siguen dando podía dar para una antología, pero lo más honesto consigo mismo es hacer primero examen de conciencia.

El mejor ejemplo de lo mal que también se ha hecho desde el ámbito de lo privado fue la desarticulación (el término no es gratuito porque fue fruto de una operación de comandos) del Córdoba Convention Bureau, una entidad que puede ser puesta como ejemplo de la buena gestión sin necesidad de acogerse al avituallamiento de lo público cada unos cuantos kilómetros.

El Convention Bureau fue disuelto para ser asumidas sus funciones por el Consorcio de Turismo e integrar en una burocracia un organismo privado que era eficaz y eficiente, que tenía a la ciudad colocada en el mapa de los congresos y los grandes eventos.

Quien se empeñó y logró la desarticulación sabrá por qué lo hizo. Los demás lo podemos intuir o incluso sospechar.

No se asuste nadie si hacen una búsqueda en internet y aparece Córdoba en el primer puesto de los congresos en el interior del país. Se trata de la ciudad homónima de Argentina.

En esa misma estadística de la Asociación Internacional de Congresos y Convenciones (ICCA), que tiene en consideración solo congresos internacionales, nuestra ciudad ha perdido veinte puestos en un año a nivel mundial y es novena a nivel nacional.

Cuando se ha caído de manera tan estrepitosa, la pregunta, parafraseando a JFK, no es qué puede hacer el turismo por mí, sino qué puedo hacer yo por el turismo. O incluso, qué he hecho yo por el turismo.

El que esto suscribe fue vicepresidente de Córdoba Convention Bureau en sendas etapas donde la ciudad era referente, y ahí están los números, arriesgando su dinero y su crédito público. Aquello fue disuelto para caer en manos, paradojas de la vida, en un ente que ahora también lo es, con efectos de 30 de junio, fecha a la que llega con la misma languidez que ha representado su existencia. Me refiero al Consorcio de Turismo, que, como la orquesta del Titanic, toca y toca su melodía mientras que los pasajeros huyen despavoridos buscando una salida, en el caso del sector un turista.

La muestra, en la web del Consorcio dedicada al llamado “programa CCB” (http://www.turismodecordoba.org/seccion/programa-ccb). Mientras que se prepara el traspaso de lo poco (el Consorcio) a la nada (la comisión de representantes conocido como «comisión de expertos» para ver qué se hace con la política turística institucional local), la página de internet anuncia tres acontecimientos: un certamen de belleza local, que no parece que genere nada de turismo, otro de tunas, que ya todo el mundo sabe que no se va a celebrar en Córdoba, y el XVIII Congreso Regional Semes-A, que fue en 2012.

Siempre es bueno, como en el caso de los niños, que haya políticos para echarle la culpa, pero ellos no la tienen de que la ciudad no atraiga el número de congresos de la dimensión actual que posee de la capacidad para acoger (entre 200 y 300 personas), sin necesidad de acabar las obras de Torrijos ni de las del cubo del Parque Joyero. H

* Vicepresidente de Fides