Llegó el gran día al que Jordi Pujol Ferrusola y resto de la familia se remitieron en la comisión de investigación del Parlament catalán sobre la corrupción para explicar el origen y la evolución de la fortuna familiar. Se trataba de saber cómo los supuestos 800.000 euros (al cambio de las pesetas) del legado del abuelo Florenci pudieron transformarse en los 8 millones que afloraron al regularizar fondos al amparo de la amnistía fiscal. Otra vez el primogénito Jordi volvió a burlarse de todos. No aportó al juzgado 31 de Barcelona ni un documento que avalara su versión: un producto financiero sin riesgo y opaco, que en 20 años habría multiplicado por 10 el legado. Ese producto financiero no existe a tan largo plazo, el que quiere rentabilidades altas debe arriesgar. La fiscalía, obviamente, no se cree esa versión de Pujol y piensa que el engorde de la fortuna tiene otras fuentes no confesadas. Los Pujol lo tienen fácil: que muestren documentos que acrediten su versión. En vez de eso, se oponen a toda comisión rogatoria de la justicia española ante Andorra para romper el secreto bancario. Algo o mucho ocultan.