En Toxicología, antes de las prometedoras investigaciones con los peces cebra, el referente de la dosis letal se viene marcando en poblaciones de ratas y conejos. Aparte de un notable progreso en la deontología de experimentos con animales, el factor común para estos hacedores de laboratorio es su promiscuidad. Una promiscuidad que se reparte entre ambas especies como el colesterol. Las ratas se asocian de forma inveterada con patologías postrimeras, con esa indisociable invitación iconográfica con la peste negra. Los conejos, sin embargo, representan el colesterol bueno, la visión amable de la proliferación. El conejo es el maestro de ceremonias que introduce a Alicia en Wonderland. También es el libidinoso icono de un hombre a un batín pegado, el magnate de las revistas porno que decidió morirse de viejo, sin enterrarse en el jacuzzi con sus conejitas, pero llevándose el sabor de un machismo añejo.

Obviamente, Polonia no ha escogido a las ratas sino a los conejos para una polémica campaña antimalthusiana. El Gobierno polaco invita a sus compatriotas a reproducirse como conejos. Este mamífero es una pieza fundamental de la cadena trófica, pues alimenta a los depredadores gracias a su gran capacidad reproductora, un símil que no reconocerán las autoridades polacas, que apelarán a que no flaquee el arsenal demográfico. A Woody Allen ya no le inspirará Wagner para invadir Polonia, pero por levante pueden temer el abrazo ruso, dado que Putin en su raposeo estratégico puede reivindicar añorante que le mola el Pacto de Varsovia. La católica Polonia no contará con licencia eclesiástica para esta promoción de la fertilidad, pero en verdad que no hay nada más antitético que un conejito y un condón.

Polonia envejece, acaso no tanto como España. No sin faltos de cinismo, pero tampoco de razón, ciertos gurús económicos vienen profetizando que el destino manifiesto de nuestro país será convertirse en un gigantesco geriátrico, aquellos tubos de brillantina transformados en pegamentos para prótesis dentales. Un parque temático que se hará mastodóntico cuando se agolpen en sus recibidores los hijos del baby boom. Y por ahí se cuela una hilatura de cordura en cualquier delirio conspiranoico, mismamente el que sostenga que mientras se siga hablando de Cataluña, poco se mentará a Toledo, o más bien ese pacto de las pensiones que ya escucha a lo lejos la catarata en el abismo.

Hacen bien los polacos acordándose de los conejos. Humanícenlos como hacía Beatrix Potter en sus cuentos; o móntenlos como colonos caminito de nuevas poblaciones tal que los asentamientos carolinos. No hace falta ser un geógrafo para olfatear en las flechas migratorias un indicador de la riqueza. Y en aquellos entornos en los que mengua la chiquillada, al final acabarán germinando los jaramagos del abandono y la miseria. Pongámonos también las pilas, no tanto por una conejada invocación, sino por la ambivalente mutación de la causa y el efecto. Ya somos campeones nacionales en el desempleo, mientras el corredor mediterráneo acrecienta su censo, observando, como infantes con la nariz pegada al escaparate, el despegue malagueño. Además de Chopin y sus polonesas, y antes de que los chinos salten al unísono para provocar un seísmo, no estaría mal para las poblaciones decadentes sopesar la variante polaca.

* Abogado