A la percepción cotidiana de las cosas la estamos sometiendo, con tal intensidad de sensaciones, a una sobrecarga de efectos negativos que, estadísticamente, dislocan los equilibrios necesarios por los cuales la cordura debería erigirse en bastión imprescindible de toda reflexión prudente y juiciosa. ¿Quiere esto decir que, según la dinámica de las circunstancias, somos más o menos sensatos, más o menos precavidos? Efectivamente, así es.

Los acontecimientos políticos que estamos viviendo los españoles --toda la sociedad española-- derivados de las conductas separatistas de una parte de la población catalana dibujan una realidad social que contradice la percepción histórica de valores que, en conjunto y desde 1978, integraron y cohesionaron democráticamente a la inmensa mayoría de los españoles sobre una actitud «cultural» de consenso y progreso colectivo, liderado por una Constitución que, como «manual de instrucciones» marcaba la senda de la cordura política y la prudencia ciudadana.

Pero, irremisiblemente, el tiempo pasa en política sobre realidades constatables que hay que valorar con notoria certeza. En Cataluña, como parte de un todo que es España, todos los «desvelos» políticos se han encaminado a inculcar a la sociedad una opción separatista que, a fuer de no ser debidamente valorada, ha desembocado en el peculiar sentido político que gravita sobre el terreno de la desobediencia civil, perjudicando, a su vez, el «todo» español que tan elocuentemente votó la propia Cataluña en 1978, con más del 90% de los votos.

En 1996, el 37% de los catalanes se sentían también españoles. En 2007, eran 41 de cada cien catalanes los que asumían esos mismos sentimientos patrios, un 11% más. Entonces… ¿Qué ha ocurrido en diez años para que, pese a mantener ese mismo porcentaje «sentimental», los separatistas parecen haber crecido mucho más?

Pues ha ocurrido que cuando se decretó, hace 35 años, el famoso y perverso «café para todos» por parte del Gobierno del Estado hubo territorios españoles que ya se tomaban, históricamente, en grandes dosis, la semilla del cafeto, y, como por derecho divino, exigieron, para ellos solos, doble ración emanante del árbol rubiáceo del café amparados en las reivindicaciones foralistas o regionalistas, saldadas en el anterior régimen dictatorial mediante la abolición común de las libertades de todos los españoles. Por lo tanto, con el advenimiento de la democracia se demostró que tampoco se supo resolver la «cuestión regional» que venia dividiendo los comportamientos políticos en nuestro país desde hace siglo y medio.

Ha ocurrido, también, que, desde junio de 2010, Artur Más i Gavarró, a la sazón presidente de Convergencia i Unió, y posterior presidente del Gobierno de la Generalitat, se cansó de repetir que «el Tribunal Constitucional es una amenaza en toda regla contra el autogobierno de Catalunya» y que «Catalunya deberá combatir cualquier sentencia que modifique, recorte o altere el Estatut», además de decir que «a Catalunya le conviene plantear amplias operaciones de país con la garantía de que podemos ganar, porque históricamente ya acumulamos demasiadas derrotas amargas» (Público, 30-06-2010).

Y ha ocurrido, que los personajes apologéticos que vanaglorian y santifican el separatismo como «unidad de destino en lo universal», no han sido adecuadamente neutralizados ni por la puesta en práctica del articulado constitucional, que para eso se enuncia como salvaguarda de la soberanía nacional, ni por acciones paralelas, en tiempo y forma, que, desde los diferentes gobiernos de diferentes siglas, garantizasen dicha soberanía; muy al contrario, sus flojedades y perezas políticas siempre contribuyeron, de facto, al enaltecimiento de las conductas y escenas separatistas; indolencias, en suma, que han traído, como consecuencia, este escenario actual que siempre debió ser perfectamente evitable.

Y ha ocurrido, que el Rey --Jefe del Estado-- ha avalado, en una alocución dirigida a la nación española, la senda que deben seguir los poderes del Estado, garantizando el orden constitucional para no herir gravísimamente la democracia traída, con muchos esfuerzos y sacrificios, en 1977

Y puede ocurrir, sin embargo, que todavía todo sea solucionable, pese a que nada será ya como la Constitución auguraba.

* Gerente de empresas