Se llaman Zua Méndez y Teresa Lozano, y han hecho viral un vídeo previsiblemente provocador en su franqueza. Ellas lo han titulado Hola putero para desmontar cualquier cortafuegos eufemístico, cual si hablasen del Buenos días, tristeza de Françoise Sagan. Las blogueras entran a saco contra el cliente del lenocinio, el que rompe la controversia de ese otro maldito huevo de Colón --por si puta naces o te haces-- ya que si no pagas la carrera, no hay argumentos para echarse a la calle, desbaratando ese tráfico sexual que ha llevado a tanta cría a la perdición.

Este video, que mete a los puteros en un programa caliente y de lavado corto, encajaría en el heterogéneo frente de la transversalidad, para atajar los estragos de tanta violencia de género. En España, las víctimas por asesinatos machistas en los últimos 20 años casi alcanzan a las provocadas por el terrorismo etarra, pero no es tan retumbante la alarma social porque nos creemos ajenos ante el macho cabrío que fuerce a tirar la primera piedra.

Lo tienen difícil Zua y Teresa. En primer lugar porque difícilmente se librarán de ser tildadas de oportunistas y de unirse interesadamente a esta ola de denuncias de agresiones sexuales que pretende acabar con esta reinterpretación del derecho de pernada. Y, además, el putero es el menudeo en ese comercio de la sordidez, uncido por la hipnótica aproximación de literatos y literatura. No está falta de hipocresía esta estética de los lupanares, pues el putero es el que caía en la adicción de la mala vida de cacharros y calabrotes, mientras que irse de putas se antojaba como una posta en el viaje iniciático de los quintos, o una lúdica y pedernal manera de cepillarse la paga semanal, la que te entroncaba a los mineros de la Ciudad sin Nombre o a la selvática soldadesca de Pantaleón y sus visitadoras. Tiempos aquellos de un machismo que se creía superado, donde incluso las consortes hacían la vista gorda por aquella cínica y nunca recíproca echada de canas que se alistaba proletaria. La güisquería de parada sin fonda era la alternativa no pudiente frente al estatus de la querida, el pisito como exhibición de un desenfreno patrimonial que intentaba compatibilizarse con la familiar misa dominical.

El putero tenía que ser una especie en extinción, casi reservada para las preces laicas de los sicarios. Una jodienda anacrónica, que empero aún se disfraza como sumidero de la soledad, o se desliza por el exhibicionismo de niñas que hacen de su móvil el espejo de Alicia, con el riesgo de convertirse en Lolitas de chantajistas que huelen la carne fresca en la red. Sin embargo, don Carnal sigue gozando de una excelente salud económica, donde la víctima ha de interpretarse durante unos lascivos minutos como reina o reinona. Más que hisopos farisaicos y salvíficos, valdría la reprobación de una minga imbécil, el machote que no es nada sin el curso legal de unos billetes manchados de indignidad. Consensuemos el lumpen literario de los bajos fondos, la expiación escrita de nuestra depravación. Pero con las chicas de carne y hueso únicamente se comercie con el respeto mutuo y los sentimientos. Acaso así caigan los puteros como las colillas de las barras de bar, como un día se fueron los deshollinadores.

* Abogado