Marzo nos enseña la primavera, que es la inspiración y el arte, desde su primer día, aunque haya que dedicarle una parte al sacrificio, la austeridad y el ayuno, que para eso es Miércoles de Ceniza, el comienzo de ese tiempo en el que los cofrades parece que irán a ver la segunda puerta de la Mezquita, que la han hecho más famosa --la dichosa entrada-- que cualquier imagen de Salcillo. Aunque penitencia ya estamos haciendo con la continua presencia de políticos por todos lados, desde los telediarios a los periódicos, que encima leen discursos no escritos por ellos.

Evidentemente los políticos son necesarios para la democracia, que para la dictadura sólo basta con una persona. Pero a veces aburren por su falta de sugestión, por creerse algo más de lo que son y por esa necesidad casi malsana de asomar el pescuezo por donde haga falta para salir en la foto. Y por repetir a diario idénticas consignas de Perogrullo contra el partido contrario, que está en el poder, las mismas que a ellos les lanzan cuando gobiernan en otra comunidad. A veces los políticos, como el alocado tiempo de febrero, son puro invierno sin matices que en nada se parecen a este radiante comienzo de marzo, que anima a la creatividad y al arte. Antes hasta los andaluces hablábamos de nacionalismo, claro que por Andalucía libre, España y la Humanidad, un concepto nada egoísta que no pretendía quedarse con sus bienes sin repartir nada a nadie. Porque en el fondo en el nacionalismo hay raíces, aquellos tiempos en los que fuimos niños. Pero ya está. No para convertirlo en una reiteración aburrida como la que predican algunos catalanes, como Más u Homs, que parece que tienen incapacidad para valorar puntos de vista diferentes a los suyos. Lógico que los habitantes de cada pueblo piensen en lo suyo. El 28 de febrero recordamos a Carlos Cano, a su blanca y verde y a su hazaña de contribuir a despertar con sus canciones a los andaluces de aquellos malos tragos que veníamos sufriendo casi desde postguerra. Aquel nacionalismo de políticos de pensamiento, de artistas e himno conmovedor fue necesario para poner orden sobre Andalucía a escala nacional. Pero ese andalucismo fue arte y ahora leyes por las que nos regimos. Lo malo del nacionalismo de algunos catalanes es que lo transmiten, lo televisan tanto que llega a convertirse en una penitencia obligatoria para cualquier español. Cuando la vida es amar, conseguir trabajo para vivir y tener amigos, libertad y salud para montar de vez en cuando una fiesta. Y no toda la vida con la independencia, ni creerse político siempre, como Aznar, que va y fija la jubilación en los 70. Pura cuaresma.